Desde los primeros días de haberse
establecido atraído por la simpatía que inspiraba aquel hombre joven, inteligente,
varonil y noblote que fue Feijoo, frecuentaron su trato y constituyeron un número
de leales amigos pontevedreses: abogados, médicos, escritores, artistas,
algunos sencillamente amateurs, que se iba acrecentando por momentos. Llevados
por la curiosidad que despertaba el tipo fuertemente original y representantivo
de la raza gallega que se daba en Feijoo y en el deseeo de ponerse en relación
con los elementos que en la capital, entonces, destacaban, no venía a
Pontevedra funcionario militar, periodista, músico o pintor que no hiciera su
ingreso en aquel círculo, puede decirse que constituido al aire libre, pues si
en la invernada se recluían los concurrentes en la botica, y aun en la
rebotica, hasta colmarlas, en los días y noches bonancibles se hacía la
terturlia, con sillas o sin ellas, al pie del banco de piedra (del que ha
tomado el nombre) adosado a la pared que da frente a la parte ancha de la
acera.
Era aquella una reunión concurrida
a todas horas, veraderamente “sui generis”, pues en ella alternaban damas y
caballeros, aristócratas y menestrales, reaccionarios empedernidos y
empecatados de la cáscara amarga. Allí cabían –siempre bajo el denominador
común de “buenos pontevedreses”– y sin que se produjese nunca desagradables
encuentros, todas las opiniones, todas las tendencias, todas las ideologías.
¡Pena será que el “banco de la
botica” no tenga algún día cronista que le describa, que relate su historia,
que cuente todas aquellas felices iniciativas, convertidas en realidad muchas
veces, que surgieron en él, y como él, en fin, ha contribuido al progreso
social e intelectual de la población!
Ya ha habido quien ha recordado
(agradezcámoslo a Prudencio Bandín, el monopolizador de la amenidad periodística)
las memorables tertulias de la santificada Concepción Arenal, del erudito Jesús
Muruais, en la que se congregaban elementos de entre los que se han destacado
muy elevados valores; la de don Casto Sampedro, que atraía relevantes
cultivadores de la Historia y de la Arqueología; la del gran dramaturgo y
hombre de ciencia Echegaray; la del celebrado satírico español Manuel del
Palacio, que regalaban a sus visitantes con destellos de talento y primores de
ingenio.
Mas nada se ha dicho aún de las
tertulias políticas que en los meses del verano revestían verdadera
importancia; de aquellas que formaban ministros, diputados, senadores, periodistas,
personalidades distinguidas, en torno del eminente repúblico Montero Ríos en su
espléndida finca de Lourizán; de las que en la magnífica Caeyra reunía el
recordado filántropo Marqués de Riestra al lado de sus íntimos amigos Fernández
Villaverde, Eduardo Cobián y otros altos prestigios políticos y financieros y
elevadas figuras de la Iglesia; de las que, en su amena residencia de Poyo,
ponía cátedra de suprema elocuencia y atrayente simpatía aquel gran corazón que
fue Augusto González Besada; de la que, en su señorial finca de la Parda,
presidía el honorable Conde de Bugallal.
Del mismo modo, no ha amanecido
aún el cronista que dedique unas páginas a la tertulia más extensa, popular y
renombrada en Galicia y fuera de ella; porque sus anécdotas, iniciativas,
humorismos y originalidades eran propagadas por cuantos algún momento ocuparon
aquel incómodo banco de piedra con el regalo y deleite con que se arrellenarían
en una regia poltrona.
¿Quiénes eran ellos?
Exige la galantería que comencemos
por “ellas”.
Como una sombra de misterio y de
dolor aparecía allí un día la Emperatriz Eugenia, belleza empalidecida,
cubierta de luto, curvada sobre su bastón, por los años y las penas.
Otro día era la eminente escritora
Emilia Pardo Bazán, que gustaba en sus paseos por Pontevedra de descansar en el
banco de la botica, platicando con Feijóo y contemplando la, para ella,
encantadora capilla consagrada a nuestra Virgen mimada.
En aquel lugar tenían su apeadero
damas veraneantes distinguidísimas alguna tan venerable como la esposa de
Montero Ríos y su hermana Plácida; y así, también, aquella Ana Estrada de Echegaray,
de olímpica hermosura, y su hermana Borja, viuda de Canedo, de belleza matronil
y gracia un tanto borbónica.
Allí se detenían a veces, para
reunirse con sus maridos, la angelical Lola Montero Ríos de Vicenti, su hermana
Eugenia, de seductora figura, que ha sido viuda de Martínez del Campo, y la
Marquesa de Alhucemas, aquel fino espíritu aristocrático, recientemente
fallecida y que había tenido por
padrinos de pila a los Reyes don Amadeo y doña María Victoria.
Y hemos de proseguir esta
enumeración de los asiduos concurrentes al banco citando a la Condesa viuda de
Bugallal (un dechado de ingenio), a la que acompañaban sus dos hijas, Matilde,
toda gracia, y Carmen (que hoy es condesa), de femenil donosura.
Y otros días a Carolina Giráldez
de González Besada, aureolada con el prestigio de preciosas virtudes, con su
hija María Teresa, hoy viuda de Díaz Cordovés, y que entonces, casi
adolescente, cautivaba ojos y corazones con delicioso candor.
Y no faltaban ocasiones en que la
belleza netamente española de Asunción del Palacio y su encantadora hija María participaban
de la tertulia y lucían su sutil “sprit”.
Evoquemos otro grato recuerdo: el
de la gentil y elegantísima Marquesa de Ayerbe, aquella María Viñals, a la que
placía abandonar el castillo de Mos, en el que residía con su tío, el Marqués
de la Vega de Armijo, para visitar la capital; y porque era aquel lugar de cita
de mujeres lindas anotemos el nombre de aquella “flor de nardo”, como dijo
Eduardo del Palacio, que era Carmen Munaiz y el de la amiga de esta, Natalia de
Porrúa, admirable tanto por su figura como por su intuición artística.
Y si de arte se trata tendríamos
que anotar muchos nombres de actrices ilustres y de cantantes notables.
¿Para qué citar más que a la
genial María Guerrero, a la deliciosamente femenina María Tubay y a la
seductora Rosario Pino, de las dramáticas, y a la Nevada como cumbre entre las
líricas?
Tres nombres más añadiremos de
damas de distinción: el de Mercedes de Laportilla de Mellado, reputación de
verdadera belleza, y los de sus hermanas Carmen y Luisita, que no le iban a la
zaga en perfecciones.
La gente de pluma de la tertulia
acogíamos admirativos y galantes siempre que allí aparecían la dulce poetisa
gallega Filomena Dato Muruais y a la escritora honor de nuestra tierra, Sofía
Casanova.
Y aunque no escritoras, pero sí
conversadoras deliciosas, María Buceta de Fernández Bordas y la Condesa de San
Julián cautivaban con su distinción y belleza.
¡Ah! Y que expectación se producía
entre los concurrentes cuando, procedentes del palacio de Salcedo, descendían
de su “break”, ante el banco, aquel ramillete de fragantes flores, juveniles figuras
de carnaciones nacaradas, que eran las cuatro hijas de Becerra Armesto.
Deliberadamente no se hace figurar
en estas notas nombres de pontevedreses, porque también hemos de omitir los de
varones, por destacados que unas y otros hayan sido o sean, a menos que
hubiesen tenido fuera de esta ciudad el escenario de sus actividades.
¿Quién pone puertas al campo y
como habían de ponerse a aquella tertulia que era accesible a todos?
No ha habido vecino de la capital,
medianamente relacionado, que no hubiera acudido a aquella bolsa en que se
cotizaban todas las noticias, se adquirían informes y en la que, frecuentemente,
se hallaban personajes importantes a quienes se deseaba tratar por dispensadores
de favores o simplemente conocer por la curiosidad que la notoriedad despierta.
Cuantas personas de distintos puntos
acudían a Pontevedra para asuntos particulares, para cumplimentar a los
encumbrados políticos o simplemente como turistas, no dejaban de desfilar por
la famosa farmacia. Comisiones de centros docentes, de ayuntamientos, de
comités, de diversos organismos; figuras de la política más o menos conspicuas
y abundantes pretendientes, en renovación constante, eran concurrentes seguros
al bien conocido banco; y dicho se está que lo eran también, y estos
naturalmente, “por derecho propio”, las personalidades que durante días eran
huéspedes de Montero Ríos en Lourizán, de Riestra en La Caeyra, en la que la inolvidable
Marquesa, noble por su nacimiento, por su matrimonio y, sobre todo, por su
corazón, hacía deliciosa la estancia de sus angazo y de los demás personajes
que aquí tenían su residencia veraniega.
Por allí pasaron los generales
Serrano, Duque de la Torre, Beranger, Martínez Anido, Puicerver, La Portilla,
Ampudia, Lachambre, Aizpuru y Millán Astray.
Los poetas José Zorrilla,
Cavestany, Manuel del Palacio, su hijo Eduardo, Fernández Vaamonde, Rey Díaz,
Lisardo Barreiro, Cabanillas, Nicolás Taboada, Emilio Carrere, el ex ministro
catalán Balaguer, que siendo mantenedor en los Juegos Florales de 1884 se
despedía de nosotros diciendo: “Pontevedra, de la que me veo obligado a partir
con dolor, y de la que, a ser posible, quisiera alejarme andando hacia atrás,
para dar a mis ojos más tiempo de gozarla y a mi corazón más espacio de
sentirla”.
Larga, aunque incompleta, relación
de ministros, diputados, senadores y personalidades de relieve: Barroso, Calvo
Sotelo, Montero Ríos, García Prieto, Martínez del Campo, Fernández Latorre,
Portela Valladares, Canido, Gasset (D. Eduardo y don Rafael), Canalejas que
hizo un bello discurso en los Juegos Florales de 1907; Moret, que estuvo
maravillado como mantenedor en los del 1882; Sagasta (D. Pedro y D. Bernardo),
González Besada, Seoane (D. Pedro) y Ruíz Martínez, Posada, Llamas Novac,
Varela de la Iglesia y Varela Radio, Francos Rodríguez, Mellado, Burell,
Montero Ríos Villegas (D. Eugenio y D. Avelino), Romero Donatto, Gil Casares,
Cobián Roffignac, Navarro Reverter, Barrón, Alvert Despujols, Becerra Armesto,
Conde de Cartagena, Calderón Ozores, López Mora, Rovira Pita, Ángel Osorio
Gallardo, Iglesias Aniño, Lema, Otero Bárcena, Nine, Pintos Reino, Zepedano,
Conde de Gimeno, Dato, Pedregal, Marqués de Leis, Goicochea; el doctor Calzada,
Martos (D. Cristino), Vázquez Mella… y tantos más.
Pero es justo hacer mención
especial de aquel Eduardo Vincenti, que nos ha representado en el Congreso durante
treinta y tantos años, en los que prodigó favores que no deben olvidar
Pontevedra y otros pueblos de la provincia, bien atendidos por él.
También los músicos han tenido en
este desfile la mas brillante representación: Sarasate, Arbós, Albéniz, Arched,
Fernández Bordas, Pérez Casas, Rafael Hernando, Villa, Cubiles, Tragó, Varela,
Silvari, Granados, Guridi… ¿Habríamos de dejar de citar a nuestros Carlos
Sobrino y Manolo Quiroga?
De actores dramáticos surgen en
nuestra memoria nombres bien ilustres: Vivo, Valero, Catalina, Mario, Tuhiller,
Borrás, Días de Mendoza, Cepillo…
Como tampoco podrán faltar pintores;
allí vimos, lo que tanto vimos, a Pradilla, Meifren, Daniel, Urrabieta, Vierge,
Luqque Roselló, Visasola, Vazquez Ubeda, Abelendfa, Monteserín, Alcoverro,
Enrique Campo, Sobrino, Somoza; y añadamos los escultores González Sola, Asorey
y nuestro Fernando Campo.
Del arte lírico solo citaremos un
nombre. ¿Para qué más? El del gran Julián Gayarre, que en uno de sus viajes
vino a Pontevedra a visitar a sus amigos y compañeros Carlos Ulloa, veterano en
los teatros de Italia, y Martín Berbén, reciente debutante de aquellos mismos
teatros.
¿Y escritores? ¡Incontables!
Sin atenernos a ningún género de
orden, como venimos haciendo las anteriores enumeraciones, ahí van nombres,
según los recuerdos que conserva el que durante cincuenta años fue asiduo
concurrente al banco:
Los insignes novelistas Pérez
Galdós, y Pereda, que juntos realizaban un viaje por Galicia; Luís Taboada, el
más gracioso de los articulistas españoles; Cuiñas, Barreiro (Alejandro y
Augusto); Solá, Agra, el pontevedrés de adopción y aristocrático cronista,
Carlos Osorio y Gallardo; Gabaldón, Blanco Asenjo, Cecilio de Roda, Alfredo
Vicenti, Gómez Carrillo, Cabello Lapiedra, Portasany, cuando aquí esgrimía sus
primeras armas y que hoy es muy distinguido redactor de “ABC”, Carlos
Valle-Inclán, Gasset Neira, el historiador de Galicia, Murguía, y aquel García
de la Riega, que creó y mantuvo la tesis “Colón pontevedrés”, una tesis que
viene abriéndose camino por todos los ambientes del mundo, sin que, por
inconcebible indiferencia, se ocupen de ella en el propio pueblo del que se
dice ser cuna del más grande d los navegantes.
Y Maeztu, y José Ortega Gasset, y
Luis Morote, Lombardero, los Camba, López de Haro, Pérez Lugín, Fernández
Tafall, García Sanchiz, Marqués de Figueroa, Noel, Santander, Alvarez Insúa,
Dionisio Pérez, Otaño, Unamuno que vino a ser mantenedor de los Juegos Florales
de 1912, y a decir pestes… de los Juegos Florales.
Y recordemos algo interesante: que
sobre aquel banco, un día leía a cierto amigo cuartillas del que había de ser
su primer libro: “Femeninas”, el joven Valle-Inclán, que alcanzaría a ser el
“Gran Don Ramón”, cumbre de la literatura española.
¿Y podían faltar toreros? También
por allí pasaron figuras de la fiesta castiza.
Y fue uno el alegre y valeroso
“Torerito”, y otro el “Bebé-Chico”, que con él emparejaba; y también Fuentes,
todo un maestro en su arte y todo un señorito en sociedad; otro más, el culminante y arrogante
Mazantini, de traza prócer, cuando vistiendo el correcto frac visitaba en los
palcos del Real a sus ilustres amigos.
¿Quién era la dama que desde el
fondo de su carruaje aguardaba, a la terminación de las corridas, la salida de
un gallardísimo torero? La hemos visto; y de ella podemos decir que era muy
guapa y que vestía cuerpo de negro terciopelo y falda de seda blanca con anchas
listas negras.
En el transcurso de unos cuantos
años, ¿cuánto allí se comentó, discutió, criticó… y mintió?
¡Cuántos proyectos se concibieron,
y qué de iniciativas fracasadas unas, fecundas otras!.
Allí nacían festivales, homenajes,
recepciones, despedidas, veladas literarias y artísticas, periódicos de vida
efímera, sugerencias que creaban estados de opinión en pro de intereses
locales; y en orden de lo frívolo algo de un humorismo típicamente pontevedrés
como el entierro de “Ravachol”, el “lorito de Don Perfecto”, tan parlanchín
como mal hablado.
Pero nada más meritorio y digno de
alabanza como la creación del coro “Aires da Terra”, debida a Perfecto Feijóo,
que supo hallar entre contertulianos distinguidos y amantes, como él, de la música
y de Galicia, la cooperación decidida que le era necesaria para lograr un propósito
que requirió toda su energía y su tenacidad si había de vencer, no sólo la indiferencia,
sino el desdén, y aún la burla, con que los más contemplaban a médicos,
abogados, escritores, vestidos de “cirolas” y al farmacéutico don Perfecto
soplando en el “fol”.
Feijóo pudo enorgullecerse con el
título de “fundador de los coros gallegos”, nacidos en tantos pueblos de la
región y fuera de ella, y que han tenido su modelo en el creado por él; aquel
coro en el que descollaba Víctor Mercadillo con su magnífica voz, su arte y su
gracia, y que en una carroza convertida en lancha leitera, prestigiada con la presencia
de distinguidas damas, entre ellas la Condesa de Pardo Bazán y Gloria Laguna recorrió,
entonando con la gaita nuestros cantos populares, la calle de Alcalá, de
Madrid, entre aclamaciones del público; que fue llevado al Teatro Español y al
Ateneo; que se dio a conocer con excelente éxito en Portugal, y que hizo vibrar
el alma y humedecer los ojos de los gallegos residentes en la tierra argentina,
cuando fue contratado para actuar en aquellos teatros.
Perfecto Feijóo no fue
galleguista, pero nadie más amante de su país que él, con su coro y despertando
el amor a la música popular regional, ya de todo olvidada… y desdeñada; ennobleciendo
la vieja gaita tocada por él mismo; dignificando el traje clásico de nuestros
paisanos que había caído en el
desprestigio de los grotescos carnavales astrosos, y logrando despertar más interés
y más simpatía por Galicia que las prédicas de muchos teorizantes y de algunos
políticos de sinceridad, en ciertos casos, dudosa.
Terminamos ya, y que ello no sea
sin dar un último ¡adiós! al banco de la botica.
Sí; demos nuestros ¡adiós! al
viejo banco amigo, y habremos de dárselo con la honda melancolía con que nos
despedimos de nuestros días alegres y con que vemos desaparecer el mundo evocador
de tantos entrañables recuerdos de cosas y de personas como han llenado un
medio siglo que, a buen seguro, no ha tenido igual en Pontevedra, ni, posiblemente,
lo tendrá.
TORCUATO
ULLOA
Publicado en La noche periódico compostelano, el 9 de agosto de 1954.