Y esperé, con la confianza que me
inspiraba la próxima labor, que por ser tuya, aseguraba importantes averiguaciones
de hechos que, hasta ahora, permanecen en el misterio –como permanecía el
origen de Colón, hoy feliz e indiscutiblemente descubierto, gracias a tus
ímprobas disquisiciones y trabajos – y otros que, apenas se han esbozado y se
sostienen en las leyendas o yacen velados en el olvido o en la Ignorancia.
Pero ¡oh decepción! a última hora se me
dice que tú no puedes ya llenar ese vacío –no por falta de competencia ni de
voluntad – sino por hallarte bastante indispuesto estos días. Ante todo
celebraré que tu indisposición no sea de cuidado y se reduzca a un simple
catarro propio de la estación y que no deje huella en el organismo; y para
cuando te mejores – que deseo sea pronto– te dirijo esta carta abierta para
saludarte cordialmente y para proponerte, aligerando tu labor que, de todas
suertes, esperamos con afán, una especie de índice, sin concierto por supuesto,
de materias que deseo ver tratadas por quien tanto sabe de estas cosas.
Pontevedra. ¿Es cierto que esta capital
es la antigua Lambriaca, importante ciudad que describió Pomponio Mela,
geógrafo que la coloca en la inflexión que hace la mar, tierra adentro, entre
el río Miño y el cabo de Finisterre, donde desaguan los ríos Yerma y Via y se
hallan, además, dos rías colaterales?
Esta descripción coincide con el actual
emplazamiento de Pontevedra, y para confirmar la opinión de que tuvo su origen
en la antigua Lambriaca, bastará recordar que otro célebre geógrafo, Isaac
Vosio, afirma que el río Yerma y que el Vía no puede ser otro que el Vean
denominado después Elba o Alba y actualmente río de Las Cabras, el cual, unido
con el Lérez cerca de la Moureira, origina la ría de Pontevedra.
***
Como belleza de las inmediaciones de la
población, no puedo resistir al deseo de reproducir un fragmento de lo que
Fulgorio dice en la Crónica general de España, al describir la ciudad de
Pontevedra.
“Imposible es, antes de salir de la
hermosa ría – dice aquel historiador – no admirar el deleitoso cuadro que
presenta. Las fértiles tierras que desde las aguas se alzan a lo interior,
presentan doquier ribazos y cañadas de eterna alegría vestidas, de frondosos
árboles asombrados, por multitud de laboriosos campesinos puestas en cultivo, y
llenas de villas, aldeas y casas esparcidas, unas a orillas del agua y otras
medio ocultas por el arbolado.
Para hallar algo en Europa que pueda
compararse con la ría de Pontevedra o Marín, que ambos nombres suelen darla,
fuerza es no salir de Galicia, cuya privilegiada costa posee los más seguros y
hermosos puertos del antiguo continente en el Atlántico.
Tal es la situación de Pontevedra y las
razones que existen para que los forasteros que por primera vez la visitan,
admiren en su belleza y variedad, la sorprendente obra de la Naturaleza.
¡Lástima grande que no se limpie esa
hermosa ría haciéndola navegable para embarcaciones de mayor calado, hasta los
muelles de la Moureira! ¿Para cuándo son los capitales?"
***
Y ahora en el orden político que todo
suele envenenarlo en otras capitales, y que en Pontevedra permitió que se
deslicen casi siempre tranquilamente los más serios sucesos, recuerdo la
papelería El Siglo, a cuyo frente se
hallaban los Sres. Tiscar y Buceta. Se reunían en el vestíbulo que daba a los
soportales de la Herrería los más conspicuos políticos de todos los matices,
sin que jamás se diese el caso de una disputa agria entre ellos, a pesar de su disparidad
de opiniones.
No pueden olvidarse los tiempos en que a
la puerta de El Siglo se hallaban,
como por casualidad, D. Francisco Riestra, D. Francisco Martínez (el alto) don
Indalecio Armesto, D. Valentín García Temes, D. Francisco Anciles, D. José
Quiroga y otros muchos, unos conservadores, liberales otros, republicanos
estos, revolucionarios aquellos; pero todos excelentes vecinos de Pontevedra.
Su cultura les obligaba a transigir a veces con sus adversarios por no ser nota
discordante en aquel concierto de voluntades que, ante todo, buscaba el bien de
su querida ciudad.
Así hemos podido ver, sin que nos
causara gran extrañeza, que un hombre solo, D. Manuel Rivadulla, armado de
fusil, se presentase un día en medio de la plaza de la Herrería, estando la
puerta de El Siglo llena de políticos
de todos los matices y hasta de autoridades, y proclamase la Revolución de
Septiembre, dando vivas a la libertad, sin que nadie osara interrumpirle.
Cierto que poco después se le unió un marino vestido de uniforme y con el sable
desnudo, y poco a poco fueron sumándose otros muchos vecinos, para concluir por
constituir la Junta revolucionaria, de la que formaron parte algunos de los que
estaban en los soportales de El Siglo.
Más tarde fondeaba en Marín un barco de
guerra, del que desembarcó una sección con un cañoncito, arrastrándolo hasta la
plaza de la Herrería, y todo se hizo como una seda.
Claro está que todo esto se prestaba a
sabrosos comentarios, mas como la revolución estaba hecha, sólo se pensó en aprovecharse
de ella, como muchos de aprovecharon; pero esto en Pontevedra solo podía
ofrecer margen a una evolución que se desarrolló pacíficamente, dando lugar a
la entrada en escena de nuevos hombres; y entonces aparecieron los prestigiosos
nombres de Sagasta (D. Pedro) Baeza, Montero Ríos, Rodríguez Seoane, Casas (D.
Manuel), Martínez (I), Francisco), Riestra (D. José), el actual marqués, quien
muy joven aún, por no tener la edad reglamentaria no pudo aceptar la elección
de diputado a Cortes, que sus amigos le habían ofrecido y tenía asegurada.
Es visto que tras estos prohombres y
algunos más, cuyos nombres no recuerdo en este momento, figuraba una gran
pléyade de personas de segunda fila, que sin duda eran las que más se exhibían
y daban la nota de mayor viveza.
De todos ellos, después que yo, hace ya cuarenta
años, dejé de vivir en Pontevedra, aunque sin olvidarla jamás, he visto como
persistía en su alto relieve el ilustre Montero Ríos, y como, de otra
generación más cercana, surgía González Besada.
Y El
Siglo seguía, como siempre, siendo el centro general de la ciudad, admitiendo
sus soportales a todos, sin distinción de matices, incluso al célebre Juan
Francisco, con su conato de gaita, quien, en más de una ocasión, fue héroe de
curiosas escenas.
RAMÓN FAGINAS ARCUAZ.
La
Voz de Galicia 21 de diciembre de 1911
No hay comentarios:
Publicar un comentario