lunes, 7 de diciembre de 2020

Pontevedra. Evocación

          Sr. D. Celso García de la Riega.

 Mi antiguo y querido amigo: Le pareció oportuno a la Voz de Galicia describir, en lo que es posible en un número del periódico, lo mucho que atesora Pontevedra en sus aspectos histórico-político social antiguo y moderno, sobre todo el antiguo; y he aquí que enterado yo de esto y de que estaba encargado de hacer el artículo de entrada un distinguido historiador regional, procuré averiguar de quién se trataba, y, no sin trabajo –porque en  estas cuestiones periodísticas suele observarse, a veces, más reserva que la que se guardó con la sentencia del Consejo de Guerra en la causa seguida a los reos de Cullera –logré saber que este honroso cometido estaba confiado a tu preclara competencia en estos asuntos y supuse que, sin gran esfuerzo por tu parte, habrías de extenderte a los más culminantes episodios locales que avaloran los hechos históricos antiguos y contemporáneos.
    Y esperé, con la confianza que me inspiraba la próxima labor, que por ser tuya, aseguraba importantes averiguaciones de hechos que, hasta ahora, permanecen en el misterio –como permanecía el origen de Colón, hoy feliz e indiscutiblemente descubierto, gracias a tus ímprobas disquisiciones y trabajos – y otros que, apenas se han esbozado y se sostienen en las leyendas o yacen velados en el olvido o en la Ignorancia.
    Pero ¡oh decepción! a última hora se me dice que tú no puedes ya llenar ese vacío –no por falta de competencia ni de voluntad – sino por hallarte bastante indispuesto estos días. Ante todo celebraré que tu indisposición no sea de cuidado y se reduzca a un simple catarro propio de la estación y que no deje huella en el organismo; y para cuando te mejores – que deseo sea pronto– te dirijo esta carta abierta para saludarte cordialmente y para proponerte, aligerando tu labor que, de todas suertes, esperamos con afán, una especie de índice, sin concierto por supuesto, de materias que deseo ver tratadas por quien tanto sabe de estas cosas.

 Veamos:
        Pontevedra. ¿Es cierto que esta capital es la antigua Lambriaca, importante ciudad que describió Pomponio Mela, geógrafo que la coloca en la inflexión que hace la mar, tierra adentro, entre el río Miño y el cabo de Finisterre, donde desaguan los ríos Yerma y Via y se hallan, además, dos rías colaterales?
        Esta descripción coincide con el actual emplazamiento de Pontevedra, y para confirmar la opinión de que tuvo su origen en la antigua Lambriaca, bastará recordar que otro célebre geógrafo, Isaac Vosio, afirma que el río Yerma y que el Vía no puede ser otro que el Vean denominado después Elba o Alba y actualmente río de Las Cabras, el cual, unido con el Lérez cerca de la Moureira, origina la ría de Pontevedra.



        Opino que esta descripción, más o menos inconsciente, bien merece la pena de una investigación histórica que tú, querido amigo, puedes y debes hacer; y, claro está, que este trabajo te llevaría a no dudarlo, a desentrañar y aclarar lo que la tradición afirma acerca de que Teucro, hijo de Telémaco, fue el primitivo fundador de Pontevedra a la que dio el nombre de Helenes, allá por los años 2785 del mundo, o sea por los 1213 antes de la Era vulgar, asegurando que los nombres de Helenes y el de Lambriaca desaparecieron hacia la época de la decadencia del  Imperio romano así como que posteriormente la antigua Helenes se conoció por “Inter duos Pontes” “Pons Vetera”, “Boavila” y Pontevedra.
        Y ya entrando en la remembranza de valientes y denodados marinos y de intrépidos guerreros hijos preclaros de Pontevedra, está fuera de duda que, después de Teucro, no habrías de olvidarte de Payo Gómez Charino, señor de Rianjo, almirante mayor en tiempo del rey D. Sancho; de Mens Rodríguez de Tenorio y su hermano Alonso Jofre de Tenorio, adelantados de Castilla en tiempos de Fernando IV y este último almirante en el de Alonso XI; de Payo Gómez Sotomayor, mariscal de Castilla; su hijo Suero Gómez de Sotomayor, también mariscal; de Pedro Sarmiento, de los hermanos Nodales, del general don Pedro Aldao y de otros que tanta fama y gloria han sabido conquistar.
        Y como síntesis, basta para excitarte a sacudir un poco la pereza, y otorgarnos un buen artículo histórico que sirva para despejar nebulosidades que se observan al tratar, como yo lo hago, a oscuras, de cosas y asuntos antiguos que a todos interesan.

***

Como belleza de las inmediaciones de la población, no puedo resistir al deseo de reproducir un fragmento de lo que Fulgorio dice en la Crónica general de España, al describir la ciudad de Pontevedra.
        “Imposible es, antes de salir de la hermosa ría – dice aquel historiador – no admirar el deleitoso cuadro que presenta. Las fértiles tierras que desde las aguas se alzan a lo interior, presentan doquier ribazos y cañadas de eterna alegría vestidas, de frondosos árboles asombrados, por multitud de laboriosos campesinos puestas en cultivo, y llenas de villas, aldeas y casas esparcidas, unas a orillas del agua y otras medio ocultas por el arbolado.
        Para hallar algo en Europa que pueda compararse con la ría de Pontevedra o Marín, que ambos nombres suelen darla, fuerza es no salir de Galicia, cuya privilegiada costa posee los más seguros y hermosos puertos del antiguo continente en el Atlántico.
        Tal es la situación de Pontevedra y las razones que existen para que los forasteros que por primera vez la visitan, admiren en su belleza y variedad, la sorprendente obra de la Naturaleza.
        ¡Lástima grande que no se limpie esa hermosa ría haciéndola navegable para embarcaciones de mayor calado, hasta los muelles de la Moureira! ¿Para cuándo son los capitales?"


***

Y ahora en el orden político que todo suele envenenarlo en otras capitales, y que en Pontevedra permitió que se deslicen casi siempre tranquilamente los más serios sucesos, recuerdo la papelería El Siglo, a cuyo frente se hallaban los Sres. Tiscar y Buceta. Se reunían en el vestíbulo que daba a los soportales de la Herrería los más conspicuos políticos de todos los matices, sin que jamás se diese el caso de una disputa agria entre ellos, a pesar de su disparidad de opiniones.
        No pueden olvidarse los tiempos en que a la puerta de El Siglo se hallaban, como por casualidad, D. Francisco Riestra, D. Francisco Martínez (el alto) don Indalecio Armesto, D. Valentín García Temes, D. Francisco Anciles, D. José Quiroga y otros muchos, unos conservadores, liberales otros, republicanos estos, revolucionarios aquellos; pero todos excelentes vecinos de Pontevedra. Su cultura les obligaba a transigir a veces con sus adversarios por no ser nota discordante en aquel concierto de voluntades que, ante todo, buscaba el bien de su querida ciudad.
        Así hemos podido ver, sin que nos causara gran extrañeza, que un hombre solo, D. Manuel Rivadulla, armado de fusil, se presentase un día en medio de la plaza de la Herrería, estando la puerta de El Siglo llena de políticos de todos los matices y hasta de autoridades, y proclamase la Revolución de Septiembre, dando vivas a la libertad, sin que nadie osara interrumpirle. Cierto que poco después se le unió un marino vestido de uniforme y con el sable desnudo, y poco a poco fueron sumándose otros muchos vecinos, para concluir por constituir la Junta revolucionaria, de la que formaron parte algunos de los que estaban en los soportales de El Siglo.
        Más tarde fondeaba en Marín un barco de guerra, del que desembarcó una sección con un cañoncito, arrastrándolo hasta la plaza de la Herrería, y todo se hizo como una seda.
        Claro está que todo esto se prestaba a sabrosos comentarios, mas como la revolución estaba hecha, sólo se pensó en aprovecharse de ella, como muchos de aprovecharon; pero esto en Pontevedra solo podía ofrecer margen a una evolución que se desarrolló pacíficamente, dando lugar a la entrada en escena de nuevos hombres; y entonces aparecieron los prestigiosos nombres de Sagasta (D. Pedro) Baeza, Montero Ríos, Rodríguez Seoane, Casas (D. Manuel), Martínez (I), Francisco), Riestra (D. José), el actual marqués, quien muy joven aún, por no tener la edad reglamentaria no pudo aceptar la elección de diputado a Cortes, que sus amigos le habían ofrecido y tenía asegurada.
        Es visto que tras estos prohombres y algunos más, cuyos nombres no recuerdo en este momento, figuraba una gran pléyade de personas de segunda fila, que sin duda eran las que más se exhibían y daban la nota de mayor viveza.
        De todos ellos, después que yo, hace ya cuarenta años, dejé de vivir en Pontevedra, aunque sin olvidarla jamás, he visto como persistía en su alto relieve el ilustre Montero Ríos, y como, de otra generación más cercana, surgía González Besada.
        Y El Siglo seguía, como siempre, siendo el centro general de la ciudad, admitiendo sus soportales a todos, sin distinción de matices, incluso al célebre Juan Francisco, con su conato de gaita, quien, en más de una ocasión, fue héroe de curiosas escenas.



       Así era Pontevedra en la época de la Gloriosa; pero mientras se efectuaba la evolución, no se dormía la juventud alegre, pues figurando en primer término Andrés Muruais y siguiéndole Rogelio Lois, Joaquín Rivadulla y otros entusiastas, no se daba punto de reposo en improvisar bromas y diversiones. Díganlo sino las del Urco, invención verdaderamente original, que solo la fantasía de Muruais pudo concebir y sacarle punta; la de Doña Zapaquilda, que tuvo un gran desarrollo, tomando parte activa el orfeón, y que terminó en el teatro con asistencia de numeroso público. Y esto para broma resultaba excesivo.

        Muchas más podría recordar para formar parte de este índice, pero quiero en esta carta dejar amplio margen a tu iniciativa siempre prodigiosa y a tu privilegiada memoria, seguro de que todos los que somos entusiastas admiradores de la cultura de Pontevedra, en todos los órdenes, saldremos ganando mucho cuando tú quieras hacer la descripción a que te invito.
         Y ahora, querido Celso, que he cumplido por mi parte llenando este hueco, solo me resta reiterarte mis votos por tu salud y rogarte que recibas esta carta abierta con la benevolencia que siempre has tenido para tu viejo amigo

 

RAMÓN FAGINAS ARCUAZ.

La Voz de Galicia 21 de diciembre de 1911

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