jueves, 7 de julio de 2016

La botica de la Peregrina

Desde los primeros días de haberse establecido atraído por la simpatía que inspiraba aquel hombre joven, inteligente, varonil y noblote que fue Feijoo, frecuentaron su trato y constituyeron un número de leales amigos pontevedreses: abogados, médicos, escritores, artistas, algunos sencillamente amateurs, que se iba acrecentando por momentos. Llevados por la curiosidad que despertaba el tipo fuertemente original y representantivo de la raza gallega que se daba en Feijoo y en el deseeo de ponerse en relación con los elementos que en la capital, entonces, destacaban, no venía a Pontevedra funcionario militar, periodista, músico o pintor que no hiciera su ingreso en aquel círculo, puede decirse que constituido al aire libre, pues si en la invernada se recluían los concurrentes en la botica, y aun en la rebotica, hasta colmarlas, en los días y noches bonancibles se hacía la terturlia, con sillas o sin ellas, al pie del banco de piedra (del que ha tomado el nombre) adosado a la pared que da frente a la parte ancha de la acera.
Era aquella una reunión concurrida a todas horas, veraderamente “sui generis”, pues en ella alternaban damas y caballeros, aristócratas y menestrales, reaccionarios empedernidos y empecatados de la cáscara amarga. Allí cabían –siempre bajo el denominador común de “buenos pontevedreses”– y sin que se produjese nunca desagradables encuentros, todas las opiniones, todas las tendencias, todas las ideologías.
¡Pena será que el “banco de la botica” no tenga algún día cronista que le describa, que relate su historia, que cuente todas aquellas felices iniciativas, convertidas en realidad muchas veces, que surgieron en él, y como él, en fin, ha contribuido al progreso social e intelectual de la población!
Ya ha habido quien ha recordado (agradezcámoslo a Prudencio Bandín, el monopolizador de la amenidad periodística) las memorables tertulias de la santificada Concepción Arenal, del erudito Jesús Muruais, en la que se congregaban elementos de entre los que se han destacado muy elevados valores; la de don Casto Sampedro, que atraía relevantes cultivadores de la Historia y de la Arqueología; la del gran dramaturgo y hombre de ciencia Echegaray; la del celebrado satírico español Manuel del Palacio, que regalaban a sus visitantes con destellos de talento y primores de ingenio.
Mas nada se ha dicho aún de las tertulias políticas que en los meses del verano revestían verdadera importancia; de aquellas que formaban ministros, diputados, senadores, periodistas, personalidades distinguidas, en torno del eminente repúblico Montero Ríos en su espléndida finca de Lourizán; de las que en la magnífica Caeyra reunía el recordado filántropo Marqués de Riestra al lado de sus íntimos amigos Fernández Villaverde, Eduardo Cobián y otros altos prestigios políticos y financieros y elevadas figuras de la Iglesia; de las que, en su amena residencia de Poyo, ponía cátedra de suprema elocuencia y atrayente simpatía aquel gran corazón que fue Augusto González Besada; de la que, en su señorial finca de la Parda, presidía el  honorable Conde de Bugallal.
Del mismo modo, no ha amanecido aún el cronista que dedique unas páginas a la tertulia más extensa, popular y renombrada en Galicia y fuera de ella; porque sus anécdotas, iniciativas, humorismos y originalidades eran propagadas por cuantos algún momento ocuparon aquel incómodo banco de piedra con el regalo y deleite con que se arrellenarían en una regia poltrona.
¿Quiénes eran ellos?
Exige la galantería que comencemos por “ellas”.
Como una sombra de misterio y de dolor aparecía allí un día la Emperatriz Eugenia, belleza empalidecida, cubierta de luto, curvada sobre su bastón, por los años y las penas.
Otro día era la eminente escritora Emilia Pardo Bazán, que gustaba en sus paseos por Pontevedra de descansar en el banco de la botica, platicando con Feijóo y contemplando la, para ella, encantadora capilla consagrada a nuestra Virgen mimada.
En aquel lugar tenían su apeadero damas veraneantes distinguidísimas alguna tan venerable como la esposa de Montero Ríos y su hermana Plácida; y así, también, aquella Ana Estrada de Echegaray, de olímpica hermosura, y su hermana Borja, viuda de Canedo, de belleza matronil y gracia un tanto borbónica.
Allí se detenían a veces, para reunirse con sus maridos, la angelical Lola Montero Ríos de Vicenti, su hermana Eugenia, de seductora figura, que ha sido viuda de Martínez del Campo, y la Marquesa de Alhucemas, aquel fino espíritu aristocrático, recientemente fallecida y que había tenido  por padrinos de pila a los Reyes don Amadeo y doña María Victoria.
Y hemos de proseguir esta enumeración de los asiduos concurrentes al banco citando a la Condesa viuda de Bugallal (un dechado de ingenio), a la que acompañaban sus dos hijas, Matilde, toda gracia, y Carmen (que hoy es condesa), de femenil donosura.
Y otros días a Carolina Giráldez de González Besada, aureolada con el prestigio de preciosas virtudes, con su hija María Teresa, hoy viuda de Díaz Cordovés, y que entonces, casi adolescente, cautivaba ojos y corazones con delicioso candor.
Y no faltaban ocasiones en que la belleza netamente española de Asunción del Palacio y su encantadora hija María participaban de la tertulia y lucían su sutil “sprit”.
Evoquemos otro grato recuerdo: el de la gentil y elegantísima Marquesa de Ayerbe, aquella María Viñals, a la que placía abandonar el castillo de Mos, en el que residía con su tío, el Marqués de la Vega de Armijo, para visitar la capital; y porque era aquel lugar de cita de mujeres lindas anotemos el nombre de aquella “flor de nardo”, como dijo Eduardo del Palacio, que era Carmen Munaiz y el de la amiga de esta, Natalia de Porrúa, admirable tanto por su figura como por su intuición artística.
Y si de arte se trata tendríamos que anotar muchos nombres de actrices ilustres y de cantantes notables.
¿Para qué citar más que a la genial María Guerrero, a la deliciosamente femenina María Tubay y a la seductora Rosario Pino, de las dramáticas, y a la Nevada como cumbre entre las líricas?
Tres nombres más añadiremos de damas de distinción: el de Mercedes de Laportilla de Mellado, reputación de verdadera belleza, y los de sus hermanas Carmen y Luisita, que no le iban a la zaga en perfecciones.
La gente de pluma de la tertulia acogíamos admirativos y galantes siempre que allí aparecían la dulce poetisa gallega Filomena Dato Muruais y a la escritora honor de nuestra tierra, Sofía Casanova.
Y aunque no escritoras, pero sí conversadoras deliciosas, María Buceta de Fernández Bordas y la Condesa de San Julián cautivaban con su distinción y belleza.
¡Ah! Y que expectación se producía entre los concurrentes cuando, procedentes del palacio de Salcedo, descendían de su “break”, ante el banco, aquel ramillete de fragantes flores, juveniles figuras de carnaciones nacaradas, que eran las cuatro hijas de Becerra Armesto.
Deliberadamente no se hace figurar en estas notas nombres de pontevedreses, porque también hemos de omitir los de varones, por destacados que unas y otros hayan sido o sean, a menos que hubiesen tenido fuera de esta ciudad el escenario de sus actividades.
¿Quién pone puertas al campo y como habían de ponerse a aquella tertulia que era accesible a todos?
No ha habido vecino de la capital, medianamente relacionado, que no hubiera acudido a aquella bolsa en que se cotizaban todas las noticias, se adquirían informes y en la que, frecuentemente, se hallaban personajes importantes a quienes se deseaba tratar por dispensadores de favores o simplemente conocer por la curiosidad que la notoriedad despierta.
Cuantas personas de distintos puntos acudían a Pontevedra para asuntos particulares, para cumplimentar a los encumbrados políticos o simplemente como turistas, no dejaban de desfilar por la famosa farmacia. Comisiones de centros docentes, de ayuntamientos, de comités, de diversos organismos; figuras de la política más o menos conspicuas y abundantes pretendientes, en renovación constante, eran concurrentes seguros al bien conocido banco; y dicho se está que lo eran también, y estos naturalmente, “por derecho propio”, las personalidades que durante días eran huéspedes de Montero Ríos en Lourizán, de Riestra en La Caeyra, en la que la inolvidable Marquesa, noble por su nacimiento, por su matrimonio y, sobre todo, por su corazón, hacía deliciosa la estancia de sus angazo y de los demás personajes que aquí tenían su residencia veraniega.
Citemos los nombres que acuden a nuestra ya débil memoria.
Perfecto Feijóo Poncet
Por allí pasaron los generales Serrano, Duque de la Torre, Beranger, Martínez Anido, Puicerver, La Portilla, Ampudia, Lachambre, Aizpuru y Millán Astray.
Los poetas José Zorrilla, Cavestany, Manuel del Palacio, su hijo Eduardo, Fernández Vaamonde, Rey Díaz, Lisardo Barreiro, Cabanillas, Nicolás Taboada, Emilio Carrere, el ex ministro catalán Balaguer, que siendo mantenedor en los Juegos Florales de 1884 se despedía de nosotros diciendo: “Pontevedra, de la que me veo obligado a partir con dolor, y de la que, a ser posible, quisiera alejarme andando hacia atrás, para dar a mis ojos más tiempo de gozarla y a mi corazón más espacio de sentirla”.
Larga, aunque incompleta, relación de ministros, diputados, senadores y personalidades de relieve: Barroso, Calvo Sotelo, Montero Ríos, García Prieto, Martínez del Campo, Fernández Latorre, Portela Valladares, Canido, Gasset (D. Eduardo y don Rafael), Canalejas que hizo un bello discurso en los Juegos Florales de 1907; Moret, que estuvo maravillado como mantenedor en los del 1882; Sagasta (D. Pedro y D. Bernardo), González Besada, Seoane (D. Pedro) y Ruíz Martínez, Posada, Llamas Novac, Varela de la Iglesia y Varela Radio, Francos Rodríguez, Mellado, Burell, Montero Ríos Villegas (D. Eugenio y D. Avelino), Romero Donatto, Gil Casares, Cobián Roffignac, Navarro Reverter, Barrón, Alvert Despujols, Becerra Armesto, Conde de Cartagena, Calderón Ozores, López Mora, Rovira Pita, Ángel Osorio Gallardo, Iglesias Aniño, Lema, Otero Bárcena, Nine, Pintos Reino, Zepedano, Conde de Gimeno, Dato, Pedregal, Marqués de Leis, Goicochea; el doctor Calzada, Martos (D. Cristino), Vázquez Mella… y tantos más.
Pero es justo hacer mención especial de aquel Eduardo Vincenti, que nos ha representado en el Congreso durante treinta y tantos años, en los que prodigó favores que no deben olvidar Pontevedra y otros pueblos de la provincia, bien atendidos por él.
También los músicos han tenido en este desfile la mas brillante representación: Sarasate, Arbós, Albéniz, Arched, Fernández Bordas, Pérez Casas, Rafael Hernando, Villa, Cubiles, Tragó, Varela, Silvari, Granados, Guridi… ¿Habríamos de dejar de citar a nuestros Carlos Sobrino y Manolo Quiroga?
De actores dramáticos surgen en nuestra memoria nombres bien ilustres: Vivo, Valero, Catalina, Mario, Tuhiller, Borrás, Días de Mendoza, Cepillo…
Como tampoco podrán faltar pintores; allí vimos, lo que tanto vimos, a Pradilla, Meifren, Daniel, Urrabieta, Vierge, Luqque Roselló, Visasola, Vazquez Ubeda, Abelendfa, Monteserín, Alcoverro, Enrique Campo, Sobrino, Somoza; y añadamos los escultores González Sola, Asorey y nuestro Fernando Campo.
Del arte lírico solo citaremos un nombre. ¿Para qué más? El del gran Julián Gayarre, que en uno de sus viajes vino a Pontevedra a visitar a sus amigos y compañeros Carlos Ulloa, veterano en los teatros de Italia, y Martín Berbén, reciente debutante de aquellos mismos teatros.
¿Y escritores? ¡Incontables!
Sin atenernos a ningún género de orden, como venimos haciendo las anteriores enumeraciones, ahí van nombres, según los recuerdos que conserva el que durante cincuenta años fue asiduo concurrente al banco:
Los insignes novelistas Pérez Galdós, y Pereda, que juntos realizaban un viaje por Galicia; Luís Taboada, el más gracioso de los articulistas españoles; Cuiñas, Barreiro (Alejandro y Augusto); Solá, Agra, el pontevedrés de adopción y aristocrático cronista, Carlos Osorio y Gallardo; Gabaldón, Blanco Asenjo, Cecilio de Roda, Alfredo Vicenti, Gómez Carrillo, Cabello Lapiedra, Portasany, cuando aquí esgrimía sus primeras armas y que hoy es muy distinguido redactor de “ABC”, Carlos Valle-Inclán, Gasset Neira, el historiador de Galicia, Murguía, y aquel García de la Riega, que creó y mantuvo la tesis “Colón pontevedrés”, una tesis que viene abriéndose camino por todos los ambientes del mundo, sin que, por inconcebible indiferencia, se ocupen de ella en el propio pueblo del que se dice ser cuna del más grande d los navegantes.
Y Maeztu, y José Ortega Gasset, y Luis Morote, Lombardero, los Camba, López de Haro, Pérez Lugín, Fernández Tafall, García Sanchiz, Marqués de Figueroa, Noel, Santander, Alvarez Insúa, Dionisio Pérez, Otaño, Unamuno que vino a ser mantenedor de los Juegos Florales de 1912, y a decir pestes… de los Juegos Florales.
Y recordemos algo interesante: que sobre aquel banco, un día leía a cierto amigo cuartillas del que había de ser su primer libro: “Femeninas”, el joven Valle-Inclán, que alcanzaría a ser el “Gran Don Ramón”, cumbre de la literatura española.
¿Y podían faltar toreros? También por allí pasaron figuras de la fiesta castiza.
Y fue uno el alegre y valeroso “Torerito”, y otro el “Bebé-Chico”, que con él emparejaba; y también Fuentes, todo un maestro en su arte y todo un señorito en sociedad;  otro más, el culminante y arrogante Mazantini, de traza prócer, cuando vistiendo el correcto frac visitaba en los palcos del Real a sus ilustres amigos.
¿Quién era la dama que desde el fondo de su carruaje aguardaba, a la terminación de las corridas, la salida de un gallardísimo torero? La hemos visto; y de ella podemos decir que era muy guapa y que vestía cuerpo de negro terciopelo y falda de seda blanca con anchas listas negras.
En el transcurso de unos cuantos años, ¿cuánto allí se comentó, discutió, criticó… y mintió?
¡Cuántos proyectos se concibieron, y qué de iniciativas fracasadas unas, fecundas otras!.
Allí nacían festivales, homenajes, recepciones, despedidas, veladas literarias y artísticas, periódicos de vida efímera, sugerencias que creaban estados de opinión en pro de intereses locales; y en orden de lo frívolo algo de un humorismo típicamente pontevedrés como el entierro de “Ravachol”, el “lorito de Don Perfecto”, tan parlanchín como mal hablado.
Pero nada más meritorio y digno de alabanza como la creación del coro “Aires da Terra”, debida a Perfecto Feijóo, que supo hallar entre contertulianos distinguidos y amantes, como él, de la música y de Galicia, la cooperación decidida que le era necesaria para lograr un propósito que requirió toda su energía y su tenacidad si había de vencer, no sólo la indiferencia, sino el desdén, y aún la burla, con que los más contemplaban a médicos, abogados, escritores, vestidos de “cirolas” y al farmacéutico don Perfecto soplando en el “fol”.
Feijóo pudo enorgullecerse con el título de “fundador de los coros gallegos”, nacidos en tantos pueblos de la región y fuera de ella, y que han tenido su modelo en el creado por él; aquel coro en el que descollaba Víctor Mercadillo con su magnífica voz, su arte y su gracia, y que en una carroza convertida en lancha leitera, prestigiada con la presencia de distinguidas damas, entre ellas la Condesa de Pardo Bazán y Gloria Laguna recorrió, entonando con la gaita nuestros cantos populares, la calle de Alcalá, de Madrid, entre aclamaciones del público; que fue llevado al Teatro Español y al Ateneo; que se dio a conocer con excelente éxito en Portugal, y que hizo vibrar el alma y humedecer los ojos de los gallegos residentes en la tierra argentina, cuando fue contratado para actuar en aquellos teatros.
Perfecto Feijóo no fue galleguista, pero nadie más amante de su país que él, con su coro y despertando el amor a la música popular regional, ya de todo olvidada… y desdeñada; ennobleciendo la vieja gaita tocada por él mismo; dignificando el traje clásico de nuestros paisanos que había caído  en el desprestigio de los grotescos carnavales astrosos, y logrando despertar más interés y más simpatía por Galicia que las prédicas de muchos teorizantes y de algunos políticos de sinceridad, en ciertos casos, dudosa.
Terminamos ya, y que ello no sea sin dar un último ¡adiós! al banco de la botica.
Sí; demos nuestros ¡adiós! al viejo banco amigo, y habremos de dárselo con la honda melancolía con que nos despedimos de nuestros días alegres y con que vemos desaparecer el mundo evocador de tantos entrañables recuerdos de cosas y de personas como han llenado un medio siglo que, a buen seguro, no ha tenido igual en Pontevedra, ni, posiblemente, lo tendrá.

TORCUATO ULLOA
  Publicado en La noche periódico compostelano, el 9 de agosto de 1954.