lunes, 7 de diciembre de 2020

Pontevedra. Mi viaje

      Allá a lo lejos va quedando Vigo, con sus casas macizas y opulentas. El tren se detiene en Redondela, para enhebrarse luego en un túnel fugaz. A poco de este túnel hay otro, y otro enseguida. Después, sobreviene un nuevo descanso, en una estación fragante. Pasados algunos minutos, se atisban ya las esbeltas torres de la Peregrina, el remate extraño de Santa María la Mayor, las azoteas floridas de algunas casas...
     Es Pontevedra, la riente Pontevedra. Yo he enviado al hotel mi sencillo equipaje. Solo, y en silencio, recorro las primeras calles de la ciudad. Siento en mis costillas una presión férrea  y me veo entre los brazos vigorosos de Prudencio Landín. Con Prudencia está Isidro Buceta, joven de gran talento y cultura amplia.
     Yo adelanto, contentísimo, por estos dulces encuentros. Una cosa viene a regocijarme aún más. Y es, al descubrir, sobre el blanco muro de una casa, ciertas letras que dicen: Farmacia de Valle-Inclán. No me detengo a hacer comentario alguno, no quiero perturbar mi alegría franca y sonora con algunos laboriosos momentos de análisis...

***

     Pontevedra es un pueblo silencioso y tranquilo. El polvo que cubre las calles apaga el rumor de las pisadas, como si quisiera proteger un secreto. Nada apenas se oye. Solo, de tiempo en tiempo, la campanilla del tranvía que va a Marín, o el agrio pitar de una locomotora. Es aquel, sin embargo, un silencio amable y bondadoso. No hace pensar en el sosiego de los claustros ni en la tranquilidad de los cementerios. El viajero creyérase ante un cinematógrafo. La gente atraviesa las calles, y aquel continuo ir y venir de la muchedumbre evoca esas cintas fugaces, que se descorren ante nuestros ojos, sin ruido y llenas a la vez de movimiento y de vida...
     Pocas ciudades tiene Galicia tan interesantes como esta. Sus pobladores se saludan como en un salón, seguros de encontrarse al poco rato. Hay siempre una afabilidad cariñosa, una cordialidad dulce y sincera... Encuentro a muchos amigos de otros días, entablo amistad con personas que no he visto hasta hoy. Y todas hablan, al poco tiempo, de literatura y de arte. Aquí, los negocios, las conversaciones de negocios, casi no interesan. Es como si Pontevedra, convencida de su don más alto - el don divino de su gran hermosura - lo confiase todo, afanes y esperanzas, a la poesía que sepa cantar sea belleza milagrosa, y a la literatura que sepa popularizarla...

***

     Un hombre, de trova y corbata luenga, que ha pasado entre nosotros, es un célebre escritor, aquel joven, que por allí viene, con la mirada vaga detrás de unos cristales, suele enviar, a periódicos de Madrid, unas crónicas llenas de colorido. Y si entramos en un café, este café tiene las paredes decoradas con gusto, con gracia y con modernidad. En uno de los paneux un poeta lee sus versos ante cierto público de exaltada elegancia. Más allá, unas parejas bailan. Y tiene tal realidad la escena, que, si sonase una música - un vals - estas parejas parecería que realmente bailaban en nuestra presencia...
     Voy a uno de los casinos, lujoso y enorme. Cubren las paredes valiosos tapices y espejos profusos. Los muebles son de una elegancia solemne y grave. En otro de los casinos la nota que culmina es muy diferente. Hay aquí galerías amplias y un jardín risueño, sobre el mar. Las luces postreras del día acarician este mar, suavemente, y a lo lejos se ven grandes masas oscuras - que son bosques sombríos cuando el sol asoma por detrás de las montañas -copiándose, serenas, en la superficie inmóvil.

***

     Pontevedra es un pueblo encantador, lleno de recuerdos y lleno de historia. Todavía, en una de sus calles, negra y augusta, se alza una pared de la casa donde vivió Fernán Pérez Churruchao. Hay aún otros sitios, otras piedras que saben muchas cosas de antiguos recuerdos y de vidas lejanas. Los pontevedreses que están conmigo nada, sin embargo, me dicen de esto. Y solo ofrecen, a mi admiración, los alrededores de la ciudad; solo me hablan del Lérez, y de Lourizán, y de Monte Porreiro. Y si, con la fantasía, cruzamos las calles, es para detenernos ante una casa, fragante de rosas, donde está la mejor biblioteca de la región; aquella biblioteca formada, lentamente, con entusiasmo y con cariño, por ese hombre admirable que se llamó Jesús Muruais.
     Si yo escribiese hace años esta crónica, pudiera muy bien, sin miedo a la compasión de quien la leyese, decir que, si Santiago es nuestra Roma, Pontevedra debe recordar la Atenas de los tiempos mejores. Aquí alienta algo del espíritu que hizo tan grande, en la historia, a esta ciudad; aquí el arte tiene consideración de cosa santa. Por el paisaje donde la villa eleva el sol las torres de sus templos, corre el agua sin descanso y sin medida; al pie de los puentes, hay bosques donde de no existir la Grecia pagana, pudiera muy bien Júpiter haber conocido a Europa. Y para mayor semejanza, en los viejos códices, al nombre de la ciudad, se une gloriosamente una palabra santa que dice: Helene.

***

     Imposible dar, acerca de Pontevedra, con solo algunas líneas, una impresión justa. La ciudad y sus monumentos y sus alrededores, andan descritos en recios volúmenes que todavía dicen poco. Yo me impongo el dolor de un renunciamiento, y refreno todos mis entusiasmos, para seguir la ruta de este viaje fugaz.
     Con mis amigos, retorno al centro de la villa. Encerrados en globos de cristal refulgen, en la soledad de estas calles, limpias y silenciosas, unas luces mortecinas. Hundiendo su tronco entre las losas veo, aquí y allá, unos árboles venerables. Destacando con el noble tono de la piedra secular, aparecen, de tiempo en tiempo, sobre blancas fachadas, unos escudos enormes y antiguos. Ahora, lo que ante mí se muestra, es una larga calle, bajo soportales, casi todos blanqueados de fresco. Una regular muchedumbre pasea lentamente. Y, hasta mis oídos, llega el rumor de las conversaciones, lánguidas y durmientes, como si se alzasen en la antesala de un enfermo...
     Allá arriba aparece la luna. Su luz amable viene a esclarecer gran parte de la ciudad. Los soportales quedan envueltos en una penumbra dulce y saudosa. A lo lejos se escucha el rumor lánguido y apagado de un orfeón que ensaya sus canciones. De las calles han ido retirándose los paseantes. El silencio es ya absoluto. Y entonces se oye el eco de una campana y la voz lánguida, perezosa y lenta, de un hombre que, en un son de salmodia, hace una invocación a la virgen, dice cual es la hora que acaba de sonar, y asegura - él tendrá sus razones para decirlo, - que el cielo está nublado.

EL HIDALGO DE TOR. Pontevedra, 30 de mayo.

La Voz de Galicia 1 de junio de 1907.



Pontevedra. Evocación

          Sr. D. Celso García de la Riega.

 Mi antiguo y querido amigo: Le pareció oportuno a la Voz de Galicia describir, en lo que es posible en un número del periódico, lo mucho que atesora Pontevedra en sus aspectos histórico-político social antiguo y moderno, sobre todo el antiguo; y he aquí que enterado yo de esto y de que estaba encargado de hacer el artículo de entrada un distinguido historiador regional, procuré averiguar de quién se trataba, y, no sin trabajo –porque en  estas cuestiones periodísticas suele observarse, a veces, más reserva que la que se guardó con la sentencia del Consejo de Guerra en la causa seguida a los reos de Cullera –logré saber que este honroso cometido estaba confiado a tu preclara competencia en estos asuntos y supuse que, sin gran esfuerzo por tu parte, habrías de extenderte a los más culminantes episodios locales que avaloran los hechos históricos antiguos y contemporáneos.
    Y esperé, con la confianza que me inspiraba la próxima labor, que por ser tuya, aseguraba importantes averiguaciones de hechos que, hasta ahora, permanecen en el misterio –como permanecía el origen de Colón, hoy feliz e indiscutiblemente descubierto, gracias a tus ímprobas disquisiciones y trabajos – y otros que, apenas se han esbozado y se sostienen en las leyendas o yacen velados en el olvido o en la Ignorancia.
    Pero ¡oh decepción! a última hora se me dice que tú no puedes ya llenar ese vacío –no por falta de competencia ni de voluntad – sino por hallarte bastante indispuesto estos días. Ante todo celebraré que tu indisposición no sea de cuidado y se reduzca a un simple catarro propio de la estación y que no deje huella en el organismo; y para cuando te mejores – que deseo sea pronto– te dirijo esta carta abierta para saludarte cordialmente y para proponerte, aligerando tu labor que, de todas suertes, esperamos con afán, una especie de índice, sin concierto por supuesto, de materias que deseo ver tratadas por quien tanto sabe de estas cosas.

 Veamos:
        Pontevedra. ¿Es cierto que esta capital es la antigua Lambriaca, importante ciudad que describió Pomponio Mela, geógrafo que la coloca en la inflexión que hace la mar, tierra adentro, entre el río Miño y el cabo de Finisterre, donde desaguan los ríos Yerma y Via y se hallan, además, dos rías colaterales?
        Esta descripción coincide con el actual emplazamiento de Pontevedra, y para confirmar la opinión de que tuvo su origen en la antigua Lambriaca, bastará recordar que otro célebre geógrafo, Isaac Vosio, afirma que el río Yerma y que el Vía no puede ser otro que el Vean denominado después Elba o Alba y actualmente río de Las Cabras, el cual, unido con el Lérez cerca de la Moureira, origina la ría de Pontevedra.



        Opino que esta descripción, más o menos inconsciente, bien merece la pena de una investigación histórica que tú, querido amigo, puedes y debes hacer; y, claro está, que este trabajo te llevaría a no dudarlo, a desentrañar y aclarar lo que la tradición afirma acerca de que Teucro, hijo de Telémaco, fue el primitivo fundador de Pontevedra a la que dio el nombre de Helenes, allá por los años 2785 del mundo, o sea por los 1213 antes de la Era vulgar, asegurando que los nombres de Helenes y el de Lambriaca desaparecieron hacia la época de la decadencia del  Imperio romano así como que posteriormente la antigua Helenes se conoció por “Inter duos Pontes” “Pons Vetera”, “Boavila” y Pontevedra.
        Y ya entrando en la remembranza de valientes y denodados marinos y de intrépidos guerreros hijos preclaros de Pontevedra, está fuera de duda que, después de Teucro, no habrías de olvidarte de Payo Gómez Charino, señor de Rianjo, almirante mayor en tiempo del rey D. Sancho; de Mens Rodríguez de Tenorio y su hermano Alonso Jofre de Tenorio, adelantados de Castilla en tiempos de Fernando IV y este último almirante en el de Alonso XI; de Payo Gómez Sotomayor, mariscal de Castilla; su hijo Suero Gómez de Sotomayor, también mariscal; de Pedro Sarmiento, de los hermanos Nodales, del general don Pedro Aldao y de otros que tanta fama y gloria han sabido conquistar.
        Y como síntesis, basta para excitarte a sacudir un poco la pereza, y otorgarnos un buen artículo histórico que sirva para despejar nebulosidades que se observan al tratar, como yo lo hago, a oscuras, de cosas y asuntos antiguos que a todos interesan.

***

Como belleza de las inmediaciones de la población, no puedo resistir al deseo de reproducir un fragmento de lo que Fulgorio dice en la Crónica general de España, al describir la ciudad de Pontevedra.
        “Imposible es, antes de salir de la hermosa ría – dice aquel historiador – no admirar el deleitoso cuadro que presenta. Las fértiles tierras que desde las aguas se alzan a lo interior, presentan doquier ribazos y cañadas de eterna alegría vestidas, de frondosos árboles asombrados, por multitud de laboriosos campesinos puestas en cultivo, y llenas de villas, aldeas y casas esparcidas, unas a orillas del agua y otras medio ocultas por el arbolado.
        Para hallar algo en Europa que pueda compararse con la ría de Pontevedra o Marín, que ambos nombres suelen darla, fuerza es no salir de Galicia, cuya privilegiada costa posee los más seguros y hermosos puertos del antiguo continente en el Atlántico.
        Tal es la situación de Pontevedra y las razones que existen para que los forasteros que por primera vez la visitan, admiren en su belleza y variedad, la sorprendente obra de la Naturaleza.
        ¡Lástima grande que no se limpie esa hermosa ría haciéndola navegable para embarcaciones de mayor calado, hasta los muelles de la Moureira! ¿Para cuándo son los capitales?"


***

Y ahora en el orden político que todo suele envenenarlo en otras capitales, y que en Pontevedra permitió que se deslicen casi siempre tranquilamente los más serios sucesos, recuerdo la papelería El Siglo, a cuyo frente se hallaban los Sres. Tiscar y Buceta. Se reunían en el vestíbulo que daba a los soportales de la Herrería los más conspicuos políticos de todos los matices, sin que jamás se diese el caso de una disputa agria entre ellos, a pesar de su disparidad de opiniones.
        No pueden olvidarse los tiempos en que a la puerta de El Siglo se hallaban, como por casualidad, D. Francisco Riestra, D. Francisco Martínez (el alto) don Indalecio Armesto, D. Valentín García Temes, D. Francisco Anciles, D. José Quiroga y otros muchos, unos conservadores, liberales otros, republicanos estos, revolucionarios aquellos; pero todos excelentes vecinos de Pontevedra. Su cultura les obligaba a transigir a veces con sus adversarios por no ser nota discordante en aquel concierto de voluntades que, ante todo, buscaba el bien de su querida ciudad.
        Así hemos podido ver, sin que nos causara gran extrañeza, que un hombre solo, D. Manuel Rivadulla, armado de fusil, se presentase un día en medio de la plaza de la Herrería, estando la puerta de El Siglo llena de políticos de todos los matices y hasta de autoridades, y proclamase la Revolución de Septiembre, dando vivas a la libertad, sin que nadie osara interrumpirle. Cierto que poco después se le unió un marino vestido de uniforme y con el sable desnudo, y poco a poco fueron sumándose otros muchos vecinos, para concluir por constituir la Junta revolucionaria, de la que formaron parte algunos de los que estaban en los soportales de El Siglo.
        Más tarde fondeaba en Marín un barco de guerra, del que desembarcó una sección con un cañoncito, arrastrándolo hasta la plaza de la Herrería, y todo se hizo como una seda.
        Claro está que todo esto se prestaba a sabrosos comentarios, mas como la revolución estaba hecha, sólo se pensó en aprovecharse de ella, como muchos de aprovecharon; pero esto en Pontevedra solo podía ofrecer margen a una evolución que se desarrolló pacíficamente, dando lugar a la entrada en escena de nuevos hombres; y entonces aparecieron los prestigiosos nombres de Sagasta (D. Pedro) Baeza, Montero Ríos, Rodríguez Seoane, Casas (D. Manuel), Martínez (I), Francisco), Riestra (D. José), el actual marqués, quien muy joven aún, por no tener la edad reglamentaria no pudo aceptar la elección de diputado a Cortes, que sus amigos le habían ofrecido y tenía asegurada.
        Es visto que tras estos prohombres y algunos más, cuyos nombres no recuerdo en este momento, figuraba una gran pléyade de personas de segunda fila, que sin duda eran las que más se exhibían y daban la nota de mayor viveza.
        De todos ellos, después que yo, hace ya cuarenta años, dejé de vivir en Pontevedra, aunque sin olvidarla jamás, he visto como persistía en su alto relieve el ilustre Montero Ríos, y como, de otra generación más cercana, surgía González Besada.
        Y El Siglo seguía, como siempre, siendo el centro general de la ciudad, admitiendo sus soportales a todos, sin distinción de matices, incluso al célebre Juan Francisco, con su conato de gaita, quien, en más de una ocasión, fue héroe de curiosas escenas.



       Así era Pontevedra en la época de la Gloriosa; pero mientras se efectuaba la evolución, no se dormía la juventud alegre, pues figurando en primer término Andrés Muruais y siguiéndole Rogelio Lois, Joaquín Rivadulla y otros entusiastas, no se daba punto de reposo en improvisar bromas y diversiones. Díganlo sino las del Urco, invención verdaderamente original, que solo la fantasía de Muruais pudo concebir y sacarle punta; la de Doña Zapaquilda, que tuvo un gran desarrollo, tomando parte activa el orfeón, y que terminó en el teatro con asistencia de numeroso público. Y esto para broma resultaba excesivo.

        Muchas más podría recordar para formar parte de este índice, pero quiero en esta carta dejar amplio margen a tu iniciativa siempre prodigiosa y a tu privilegiada memoria, seguro de que todos los que somos entusiastas admiradores de la cultura de Pontevedra, en todos los órdenes, saldremos ganando mucho cuando tú quieras hacer la descripción a que te invito.
         Y ahora, querido Celso, que he cumplido por mi parte llenando este hueco, solo me resta reiterarte mis votos por tu salud y rogarte que recibas esta carta abierta con la benevolencia que siempre has tenido para tu viejo amigo

 

RAMÓN FAGINAS ARCUAZ.

La Voz de Galicia 21 de diciembre de 1911

domingo, 9 de agosto de 2020

La poesía de Andrés Muruais

 

Pocos escritores han dejado una influencia tan marcada en el acervo cultural pontevedrés, como Andrés Muruais Rodríguez. Hace ahora un mes que se cumplió el centenario de su nacimiento y su personalidad vuelve al primer plano de las letras regionales.

Andrés Muruais murió en plena juventud, el 21 de octubre de 1882, a los 31 años, pero dejó dispersa una meritoria obra poética. Entre los años 1869 y 1874 estudió Medicina en Santiago. En los claustros universitarios, en las rúas compostelanas, en las tertulias, puso siempre de relieve su espíritu inquieto, lleno de recursos, intervino en las algaradas entre estudiantes y artesanos. Y mostró a sus compañeros el ingenio de sus versos de circunstancias.

Después de ejercer la profesión en Catoira se marchó a Madrid. En la Corte frecuentó las tertulias; en 1875 se unió con los otros escritores gallegos en la Sociedad “La Galicia Literaria”, fundada por el malogrado poeta Vesteiro Torres y suscitó una dura polémica en torno al proyecto de publicación de “Los gallegos pintados por sí mismos”. Añón y Muruais creían que estos cuadros típicos solo servirían para poner en ridículo las costumbres regionales. En Pontevedra fue el organizador de festivales, animador de las fiestas de carnaval, colaborador de los periódicos de la ciudad. Reunió en su casa una amena tertulia literaria y coleccionó, con su hermano Jesús, la mejor biblioteca francesa que en el siglo XIX existía en Galicia. En esta biblioteca conoció Valle Inclán toda la literatura galante que tanto influye en las memorias del Marqués de Brandomín; y se formó toda una generación de escritores pontevedreses.

La labor literaria de Andrés Muruais ha quedado dispersa en las publicaciones de la época. Fue asiduo colaborador de “La Constancia”, “El Porvenir”, “El Deber”, “El Lérez”; en 1881 fundó “El Independiente”, que dirigió hasta su muerte. Al lado de las gacetillas de carácter político, de los artículos de fondo, de las defensas de los intereses pontevedreses y regionales, quedan dispersas sus poesías en castellano y en lengua vernácula.

Las poesías en castellano son esencialmente líricas. “Un día en el convento”, refleja en dos momentos, amanecer y anochecer, el ambiente monástico.

La elegía “En la muerte de Ecilda Ruiz” encierra un profundo sentimiento. Son también puramente subjetivas “El canto del negro” y “El cuervo marino”. Están relacionados con Espronceda los versos de “Sueño”. Palpita el sentimentalismo y la emoción en las estrofas de “A una fea”, que termina con estos versos auténticamente románticos: “Del placer en el rauda torbellino – afanoso la muerte buscaré”.

Andrés Muruais hizo varios ensayos dramáticos. Sus apropósitos carnavalescos, de los que él mismo fue actor, fueron muy celebrados y pusieron de moda el Urco, fabuloso personaje de las fiestas pontevedresas. En 1873, siendo estudiante, estrenó en Santiago el juguete cómico “Percances de un viejo verde”, y en Pontevedra, en 1880, el drama en dos actos y en verso, “La hija del timonel”.

Hay en la obra de Muruais una palpitante presencia de Galicia. Su himno, premiado en los Juegos Florales de 1880, es un canto viril y entusiasmado a los hombres de la tierra, al porvenir, a las tradiciones, a las sombras gloriosas de los navegantes, a los héroes del monte Medulio y a las sonrisas verdes del paisaje.

 “La hija del timonel” está ambientada en el campo gallego. La decoración del primer acto corresponde perfectamente a una de nuestras aldeas: “La casa de Andrés con un balcón de madera, al cual se sube por una escalera lateral. A la izquierda la iglesia de la aldea. A la derecha una ermita. En medio de la escena una cruz de piedra, sobre unas gradas. Al fondo el mar”. Puede desentonar un poco la ermita, que muy pocas veces aparecen en el mismo plano que la iglesia. El dramatismo del loco César, que llora lágrimas de sangre, mientras sueña con un niño muerto y maldice a una sirena, el amor acendrado de maría, la hija del timonel Andrés. La muerte trágica de Estrella, tienen como escenario ese humilde horizonte aldeano.

En las poesías en lengua vernácula de Muruais predomina la tendencia irónico costumbrista. “Cousas de mozos” es una paráfrasis de la copla popular, llena de sugerencias picarescas, “Unha noite no muiño”. El fondo supersticioso de algunos de nuestros aldeanos se ve reflejado en “O enterro” y “O bautizo”. Esta última recoge la superstición del caminante que a media noche cruza el puente del Burgo y es obligado a bautizar con las aguas del rio un niño para preservarlo de la muerte como los anteriores hijos de la misma madre.

“Unha de paus” es un trasunto de las costumbres aldeanas. Empieza con una descripción realista del crepúsculo.

A esta hora cuando bailan animadamente las parejas, llena los caminos el griterío de los mozos de Tourón, cantando atrevidas coplas y tocando panderetas. Su llegada provoca una revuelta; Antón o do Pazo grita en medio del baile. “¡Quen me de un pau gaña un peso!” A este reto responde Cunca de Morros: “Pois vou ganar mil reas”. La lucha se generaliza. El poeta también recibe filosóficamente tres palos en sus espaldas.

Todas estas poesías costumbristas de Muruais atesoran pocos valores líricos, pero se caracterizan por la facilidad del idioma, depurado de vocablos malsonantes. Como poeta satírico y costumbrista sigue la misma línea de Benito Losada y puede parangonarse con los mejores poetas del género, de la segunda mitad del siglo XIX. Por eso sus composiciones dispersas merecen una cuidada recopilación.

Benito Varela Jácome

La noche: único diario de la tarde en Galicia Ano XXXII Numero 9532.  29 diciembre de 1951

jueves, 7 de julio de 2016

La botica de la Peregrina

Desde los primeros días de haberse establecido atraído por la simpatía que inspiraba aquel hombre joven, inteligente, varonil y noblote que fue Feijoo, frecuentaron su trato y constituyeron un número de leales amigos pontevedreses: abogados, médicos, escritores, artistas, algunos sencillamente amateurs, que se iba acrecentando por momentos. Llevados por la curiosidad que despertaba el tipo fuertemente original y representantivo de la raza gallega que se daba en Feijoo y en el deseeo de ponerse en relación con los elementos que en la capital, entonces, destacaban, no venía a Pontevedra funcionario militar, periodista, músico o pintor que no hiciera su ingreso en aquel círculo, puede decirse que constituido al aire libre, pues si en la invernada se recluían los concurrentes en la botica, y aun en la rebotica, hasta colmarlas, en los días y noches bonancibles se hacía la terturlia, con sillas o sin ellas, al pie del banco de piedra (del que ha tomado el nombre) adosado a la pared que da frente a la parte ancha de la acera.
Era aquella una reunión concurrida a todas horas, veraderamente “sui generis”, pues en ella alternaban damas y caballeros, aristócratas y menestrales, reaccionarios empedernidos y empecatados de la cáscara amarga. Allí cabían –siempre bajo el denominador común de “buenos pontevedreses”– y sin que se produjese nunca desagradables encuentros, todas las opiniones, todas las tendencias, todas las ideologías.
¡Pena será que el “banco de la botica” no tenga algún día cronista que le describa, que relate su historia, que cuente todas aquellas felices iniciativas, convertidas en realidad muchas veces, que surgieron en él, y como él, en fin, ha contribuido al progreso social e intelectual de la población!
Ya ha habido quien ha recordado (agradezcámoslo a Prudencio Bandín, el monopolizador de la amenidad periodística) las memorables tertulias de la santificada Concepción Arenal, del erudito Jesús Muruais, en la que se congregaban elementos de entre los que se han destacado muy elevados valores; la de don Casto Sampedro, que atraía relevantes cultivadores de la Historia y de la Arqueología; la del gran dramaturgo y hombre de ciencia Echegaray; la del celebrado satírico español Manuel del Palacio, que regalaban a sus visitantes con destellos de talento y primores de ingenio.
Mas nada se ha dicho aún de las tertulias políticas que en los meses del verano revestían verdadera importancia; de aquellas que formaban ministros, diputados, senadores, periodistas, personalidades distinguidas, en torno del eminente repúblico Montero Ríos en su espléndida finca de Lourizán; de las que en la magnífica Caeyra reunía el recordado filántropo Marqués de Riestra al lado de sus íntimos amigos Fernández Villaverde, Eduardo Cobián y otros altos prestigios políticos y financieros y elevadas figuras de la Iglesia; de las que, en su amena residencia de Poyo, ponía cátedra de suprema elocuencia y atrayente simpatía aquel gran corazón que fue Augusto González Besada; de la que, en su señorial finca de la Parda, presidía el  honorable Conde de Bugallal.
Del mismo modo, no ha amanecido aún el cronista que dedique unas páginas a la tertulia más extensa, popular y renombrada en Galicia y fuera de ella; porque sus anécdotas, iniciativas, humorismos y originalidades eran propagadas por cuantos algún momento ocuparon aquel incómodo banco de piedra con el regalo y deleite con que se arrellenarían en una regia poltrona.
¿Quiénes eran ellos?
Exige la galantería que comencemos por “ellas”.
Como una sombra de misterio y de dolor aparecía allí un día la Emperatriz Eugenia, belleza empalidecida, cubierta de luto, curvada sobre su bastón, por los años y las penas.
Otro día era la eminente escritora Emilia Pardo Bazán, que gustaba en sus paseos por Pontevedra de descansar en el banco de la botica, platicando con Feijóo y contemplando la, para ella, encantadora capilla consagrada a nuestra Virgen mimada.
En aquel lugar tenían su apeadero damas veraneantes distinguidísimas alguna tan venerable como la esposa de Montero Ríos y su hermana Plácida; y así, también, aquella Ana Estrada de Echegaray, de olímpica hermosura, y su hermana Borja, viuda de Canedo, de belleza matronil y gracia un tanto borbónica.
Allí se detenían a veces, para reunirse con sus maridos, la angelical Lola Montero Ríos de Vicenti, su hermana Eugenia, de seductora figura, que ha sido viuda de Martínez del Campo, y la Marquesa de Alhucemas, aquel fino espíritu aristocrático, recientemente fallecida y que había tenido  por padrinos de pila a los Reyes don Amadeo y doña María Victoria.
Y hemos de proseguir esta enumeración de los asiduos concurrentes al banco citando a la Condesa viuda de Bugallal (un dechado de ingenio), a la que acompañaban sus dos hijas, Matilde, toda gracia, y Carmen (que hoy es condesa), de femenil donosura.
Y otros días a Carolina Giráldez de González Besada, aureolada con el prestigio de preciosas virtudes, con su hija María Teresa, hoy viuda de Díaz Cordovés, y que entonces, casi adolescente, cautivaba ojos y corazones con delicioso candor.
Y no faltaban ocasiones en que la belleza netamente española de Asunción del Palacio y su encantadora hija María participaban de la tertulia y lucían su sutil “sprit”.
Evoquemos otro grato recuerdo: el de la gentil y elegantísima Marquesa de Ayerbe, aquella María Viñals, a la que placía abandonar el castillo de Mos, en el que residía con su tío, el Marqués de la Vega de Armijo, para visitar la capital; y porque era aquel lugar de cita de mujeres lindas anotemos el nombre de aquella “flor de nardo”, como dijo Eduardo del Palacio, que era Carmen Munaiz y el de la amiga de esta, Natalia de Porrúa, admirable tanto por su figura como por su intuición artística.
Y si de arte se trata tendríamos que anotar muchos nombres de actrices ilustres y de cantantes notables.
¿Para qué citar más que a la genial María Guerrero, a la deliciosamente femenina María Tubay y a la seductora Rosario Pino, de las dramáticas, y a la Nevada como cumbre entre las líricas?
Tres nombres más añadiremos de damas de distinción: el de Mercedes de Laportilla de Mellado, reputación de verdadera belleza, y los de sus hermanas Carmen y Luisita, que no le iban a la zaga en perfecciones.
La gente de pluma de la tertulia acogíamos admirativos y galantes siempre que allí aparecían la dulce poetisa gallega Filomena Dato Muruais y a la escritora honor de nuestra tierra, Sofía Casanova.
Y aunque no escritoras, pero sí conversadoras deliciosas, María Buceta de Fernández Bordas y la Condesa de San Julián cautivaban con su distinción y belleza.
¡Ah! Y que expectación se producía entre los concurrentes cuando, procedentes del palacio de Salcedo, descendían de su “break”, ante el banco, aquel ramillete de fragantes flores, juveniles figuras de carnaciones nacaradas, que eran las cuatro hijas de Becerra Armesto.
Deliberadamente no se hace figurar en estas notas nombres de pontevedreses, porque también hemos de omitir los de varones, por destacados que unas y otros hayan sido o sean, a menos que hubiesen tenido fuera de esta ciudad el escenario de sus actividades.
¿Quién pone puertas al campo y como habían de ponerse a aquella tertulia que era accesible a todos?
No ha habido vecino de la capital, medianamente relacionado, que no hubiera acudido a aquella bolsa en que se cotizaban todas las noticias, se adquirían informes y en la que, frecuentemente, se hallaban personajes importantes a quienes se deseaba tratar por dispensadores de favores o simplemente conocer por la curiosidad que la notoriedad despierta.
Cuantas personas de distintos puntos acudían a Pontevedra para asuntos particulares, para cumplimentar a los encumbrados políticos o simplemente como turistas, no dejaban de desfilar por la famosa farmacia. Comisiones de centros docentes, de ayuntamientos, de comités, de diversos organismos; figuras de la política más o menos conspicuas y abundantes pretendientes, en renovación constante, eran concurrentes seguros al bien conocido banco; y dicho se está que lo eran también, y estos naturalmente, “por derecho propio”, las personalidades que durante días eran huéspedes de Montero Ríos en Lourizán, de Riestra en La Caeyra, en la que la inolvidable Marquesa, noble por su nacimiento, por su matrimonio y, sobre todo, por su corazón, hacía deliciosa la estancia de sus angazo y de los demás personajes que aquí tenían su residencia veraniega.
Citemos los nombres que acuden a nuestra ya débil memoria.
Perfecto Feijóo Poncet
Por allí pasaron los generales Serrano, Duque de la Torre, Beranger, Martínez Anido, Puicerver, La Portilla, Ampudia, Lachambre, Aizpuru y Millán Astray.
Los poetas José Zorrilla, Cavestany, Manuel del Palacio, su hijo Eduardo, Fernández Vaamonde, Rey Díaz, Lisardo Barreiro, Cabanillas, Nicolás Taboada, Emilio Carrere, el ex ministro catalán Balaguer, que siendo mantenedor en los Juegos Florales de 1884 se despedía de nosotros diciendo: “Pontevedra, de la que me veo obligado a partir con dolor, y de la que, a ser posible, quisiera alejarme andando hacia atrás, para dar a mis ojos más tiempo de gozarla y a mi corazón más espacio de sentirla”.
Larga, aunque incompleta, relación de ministros, diputados, senadores y personalidades de relieve: Barroso, Calvo Sotelo, Montero Ríos, García Prieto, Martínez del Campo, Fernández Latorre, Portela Valladares, Canido, Gasset (D. Eduardo y don Rafael), Canalejas que hizo un bello discurso en los Juegos Florales de 1907; Moret, que estuvo maravillado como mantenedor en los del 1882; Sagasta (D. Pedro y D. Bernardo), González Besada, Seoane (D. Pedro) y Ruíz Martínez, Posada, Llamas Novac, Varela de la Iglesia y Varela Radio, Francos Rodríguez, Mellado, Burell, Montero Ríos Villegas (D. Eugenio y D. Avelino), Romero Donatto, Gil Casares, Cobián Roffignac, Navarro Reverter, Barrón, Alvert Despujols, Becerra Armesto, Conde de Cartagena, Calderón Ozores, López Mora, Rovira Pita, Ángel Osorio Gallardo, Iglesias Aniño, Lema, Otero Bárcena, Nine, Pintos Reino, Zepedano, Conde de Gimeno, Dato, Pedregal, Marqués de Leis, Goicochea; el doctor Calzada, Martos (D. Cristino), Vázquez Mella… y tantos más.
Pero es justo hacer mención especial de aquel Eduardo Vincenti, que nos ha representado en el Congreso durante treinta y tantos años, en los que prodigó favores que no deben olvidar Pontevedra y otros pueblos de la provincia, bien atendidos por él.
También los músicos han tenido en este desfile la mas brillante representación: Sarasate, Arbós, Albéniz, Arched, Fernández Bordas, Pérez Casas, Rafael Hernando, Villa, Cubiles, Tragó, Varela, Silvari, Granados, Guridi… ¿Habríamos de dejar de citar a nuestros Carlos Sobrino y Manolo Quiroga?
De actores dramáticos surgen en nuestra memoria nombres bien ilustres: Vivo, Valero, Catalina, Mario, Tuhiller, Borrás, Días de Mendoza, Cepillo…
Como tampoco podrán faltar pintores; allí vimos, lo que tanto vimos, a Pradilla, Meifren, Daniel, Urrabieta, Vierge, Luqque Roselló, Visasola, Vazquez Ubeda, Abelendfa, Monteserín, Alcoverro, Enrique Campo, Sobrino, Somoza; y añadamos los escultores González Sola, Asorey y nuestro Fernando Campo.
Del arte lírico solo citaremos un nombre. ¿Para qué más? El del gran Julián Gayarre, que en uno de sus viajes vino a Pontevedra a visitar a sus amigos y compañeros Carlos Ulloa, veterano en los teatros de Italia, y Martín Berbén, reciente debutante de aquellos mismos teatros.
¿Y escritores? ¡Incontables!
Sin atenernos a ningún género de orden, como venimos haciendo las anteriores enumeraciones, ahí van nombres, según los recuerdos que conserva el que durante cincuenta años fue asiduo concurrente al banco:
Los insignes novelistas Pérez Galdós, y Pereda, que juntos realizaban un viaje por Galicia; Luís Taboada, el más gracioso de los articulistas españoles; Cuiñas, Barreiro (Alejandro y Augusto); Solá, Agra, el pontevedrés de adopción y aristocrático cronista, Carlos Osorio y Gallardo; Gabaldón, Blanco Asenjo, Cecilio de Roda, Alfredo Vicenti, Gómez Carrillo, Cabello Lapiedra, Portasany, cuando aquí esgrimía sus primeras armas y que hoy es muy distinguido redactor de “ABC”, Carlos Valle-Inclán, Gasset Neira, el historiador de Galicia, Murguía, y aquel García de la Riega, que creó y mantuvo la tesis “Colón pontevedrés”, una tesis que viene abriéndose camino por todos los ambientes del mundo, sin que, por inconcebible indiferencia, se ocupen de ella en el propio pueblo del que se dice ser cuna del más grande d los navegantes.
Y Maeztu, y José Ortega Gasset, y Luis Morote, Lombardero, los Camba, López de Haro, Pérez Lugín, Fernández Tafall, García Sanchiz, Marqués de Figueroa, Noel, Santander, Alvarez Insúa, Dionisio Pérez, Otaño, Unamuno que vino a ser mantenedor de los Juegos Florales de 1912, y a decir pestes… de los Juegos Florales.
Y recordemos algo interesante: que sobre aquel banco, un día leía a cierto amigo cuartillas del que había de ser su primer libro: “Femeninas”, el joven Valle-Inclán, que alcanzaría a ser el “Gran Don Ramón”, cumbre de la literatura española.
¿Y podían faltar toreros? También por allí pasaron figuras de la fiesta castiza.
Y fue uno el alegre y valeroso “Torerito”, y otro el “Bebé-Chico”, que con él emparejaba; y también Fuentes, todo un maestro en su arte y todo un señorito en sociedad;  otro más, el culminante y arrogante Mazantini, de traza prócer, cuando vistiendo el correcto frac visitaba en los palcos del Real a sus ilustres amigos.
¿Quién era la dama que desde el fondo de su carruaje aguardaba, a la terminación de las corridas, la salida de un gallardísimo torero? La hemos visto; y de ella podemos decir que era muy guapa y que vestía cuerpo de negro terciopelo y falda de seda blanca con anchas listas negras.
En el transcurso de unos cuantos años, ¿cuánto allí se comentó, discutió, criticó… y mintió?
¡Cuántos proyectos se concibieron, y qué de iniciativas fracasadas unas, fecundas otras!.
Allí nacían festivales, homenajes, recepciones, despedidas, veladas literarias y artísticas, periódicos de vida efímera, sugerencias que creaban estados de opinión en pro de intereses locales; y en orden de lo frívolo algo de un humorismo típicamente pontevedrés como el entierro de “Ravachol”, el “lorito de Don Perfecto”, tan parlanchín como mal hablado.
Pero nada más meritorio y digno de alabanza como la creación del coro “Aires da Terra”, debida a Perfecto Feijóo, que supo hallar entre contertulianos distinguidos y amantes, como él, de la música y de Galicia, la cooperación decidida que le era necesaria para lograr un propósito que requirió toda su energía y su tenacidad si había de vencer, no sólo la indiferencia, sino el desdén, y aún la burla, con que los más contemplaban a médicos, abogados, escritores, vestidos de “cirolas” y al farmacéutico don Perfecto soplando en el “fol”.
Feijóo pudo enorgullecerse con el título de “fundador de los coros gallegos”, nacidos en tantos pueblos de la región y fuera de ella, y que han tenido su modelo en el creado por él; aquel coro en el que descollaba Víctor Mercadillo con su magnífica voz, su arte y su gracia, y que en una carroza convertida en lancha leitera, prestigiada con la presencia de distinguidas damas, entre ellas la Condesa de Pardo Bazán y Gloria Laguna recorrió, entonando con la gaita nuestros cantos populares, la calle de Alcalá, de Madrid, entre aclamaciones del público; que fue llevado al Teatro Español y al Ateneo; que se dio a conocer con excelente éxito en Portugal, y que hizo vibrar el alma y humedecer los ojos de los gallegos residentes en la tierra argentina, cuando fue contratado para actuar en aquellos teatros.
Perfecto Feijóo no fue galleguista, pero nadie más amante de su país que él, con su coro y despertando el amor a la música popular regional, ya de todo olvidada… y desdeñada; ennobleciendo la vieja gaita tocada por él mismo; dignificando el traje clásico de nuestros paisanos que había caído  en el desprestigio de los grotescos carnavales astrosos, y logrando despertar más interés y más simpatía por Galicia que las prédicas de muchos teorizantes y de algunos políticos de sinceridad, en ciertos casos, dudosa.
Terminamos ya, y que ello no sea sin dar un último ¡adiós! al banco de la botica.
Sí; demos nuestros ¡adiós! al viejo banco amigo, y habremos de dárselo con la honda melancolía con que nos despedimos de nuestros días alegres y con que vemos desaparecer el mundo evocador de tantos entrañables recuerdos de cosas y de personas como han llenado un medio siglo que, a buen seguro, no ha tenido igual en Pontevedra, ni, posiblemente, lo tendrá.

TORCUATO ULLOA
  Publicado en La noche periódico compostelano, el 9 de agosto de 1954.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Los Churruchaos



Una de las familias más ilustres y poderosas del antiguo reino de Galicia en el siglo XIV, fue la de los Torrechanos o Churruchaos, según la corrupción vulgar del dialecto gallego. El solar de esta casa, cuyo origen se pierde en los primeros tiempos de la conquista de los árabes, estaba en la ciudad de Santiango, y ocupaba el terreno donde se ha edificado después el Seminario conciliar.
Los descendientes de los Torrechanos se hicieron tristemente célebres desde la muerte del prelado compostelano D. Suero de Toledo y el deán de la misma iglesia, en la procesión del Corpus de 1366.
La mayor parte de los escritores que hicieron mención de los sucesores de este linaje, le distinguieron con el apellido de Pérez, pero consultando las autoridades más respetable, y tomando en consideración la gravedad de su atentado, creemos que perderían su primer apellido, Gómez, después de la muerte de uno de los más poderosos partidarios de D. Enrique de Trastamara en Galicia. El sobrenombre de Torrechanos lo había adquirido esta familia por las muchas torres o fortalezas que tenía en las tierras que eran de su pertenencia.
El P. Gándara[1] dice «siguió las partes del Rey D. Pedro también Alonso Gómez de Deza y su hijo Fernán Pérez Torrechau, » y en otro lugar « Fernán Pérez Torrechau é Gonzalo Gómez Gallinato sirvieron al Rey D. Pedro… dando muerte al arzobispo de Santiago D. Suero de Toledo. » Ayala[2] escribe lo siguiente: «E el arzobispo luego que ovo mandamiento del Rey partió de su castillo de la Rocha, e vinose para Santiago, e viniendo por una plaza, llegando a la puerta de la iglesia de Santiago, do el Rey estaba, llegó en pos de él un escudero de Galicia que decían Fernán Perez Churruchao »…« é su padre de aquel Fernán Pérez Churruchao estaba con el Rey.»
Molina[3], en una de las octavas de mal gusto literario de su obra, donde se propuso describir los sucesos más notables que tuvieron lugar en Galicia, se expresa de esta manera:

También los Dezas que son Torrechanos,
aunque ya dejan aqueste apellido,
después que hicieron el hecho atrevido
que al propio prelado mataron a manos.

Por las noticias que hemos presentado a nuestros lectores, se echa de ver a primera vista que no están acordes los autores que refirieron la muerte de D. Suero de Toledo con respecto al apellido de la familia de los Torrechanos o Churruchaos. A pesar de que Gándara llama Gomez al anciano Churruchao[4], y Molina lo distingue por el apellido Deza, nosotros creemos, y es lo más probable, que siendo esta familia señora de muchas torres y jurisdicciones, así como favorecida por entronques linajudos, llevó mucha veces los títulos de unos y otros, llamándose a la vez Camba, Mesia y Deza, por los señores o castillos que tenían en las tierras del mismo nombre.
En la jurisdicción de Camba y Rodeiro poseían una fortaleza respetable donde solían ir sus poseedores con mucha frecuencia, si hemos de dar crédito a un manuscrito curioso que tenemos a la vista. En Mesia aun se conservan las ruinas de una torre con una inscripción gótica donde se lee Pero Mesia y el año de su fundación. En Deza también hemos tenido ocasión de ver otra fortaleza perteneciente a la familia de los Churruchaos, construida sobre peñascos escarpados y en medio de un bosque tan frondoso como ameno.
La familia de los Torrechanos se había hecho célebre desde los tiempos más remostos por los muchos servicios prestados a los Reyes de Castilla y León, y por los valerosos capitanes que se contaron entre los enemigos de los árabes y defensores de las tradiciones religiosas y políticas de sus abuelos.
En el siglo XIV eran sus descendientes los más ricos y poderosos de los caballeros de Galicia y de los partidarios de D. Pedro el Cruel.
La muerte violenta del prelado compostelano los alejó para algunos siglos del suelo que los había visto nacer.
Un curioso y poco leído escrito que hemos tenido a la vista[5] y que nos ha sido reclamado por los actuales poseedores de esta casa solariega, con lo cual se puede probar su autenticidad y verdad históricas, decía lo siguiente al hablar de la genealogía de los Churruchaos: «El Castro Candad está a una legua de Chantada, y es ahora casa sin título, la más principal de Galicia ha más de quinientos años, que emparentaron con los Suarez de Deza, que llamaron Churrichau. En este tiempo ha muerto a un arzobispo de Santiago una señora y matrona valerosísima, la primera marquesa de Camba y Rodeiro, que casó con Alonso Suarez de Deza, señalado caballero del tiempo de D.Alfonso XI, como refiere la historia que ha por mal trato del arzobispo D. Suero y otros caballeros en el castillo de Rupefert. Con esto perdió muchas tierras que posee el arzobispo y el nombre Churruchau. Su solar lo tuvieron en Santiago y llevaron por armas un castillo o torre.»[6]
Los detalles de este suceso son tan diversos como contradictorios. El lugar de la catástrofe varía según el antojo de los historiadores y los diferentes comentarios de la tradición. Una canción popular de dudoso origen, y menos antigua que el hecho de que hace mención, dice:

En la calle de la Balconada[7],
Mataron a un arzobispo
Por celos de una madama…

Estas palabras carecen de fundamento por dos razones: primera, porque no fue cuestión de honor sino de política la que movió el brazo de los Torrechanos; segunda, porque esta familia no tenía a la sazón más descendiente que Fernán Pérez.
Ayala, en la citada obra, explica el suceso en estos términos: «E pusiéronse a las puertas de unas posadas que eran por do el arzobispo avía de venir, e entrando por la ciudad fueron luego muertos a la puerta de la iglesia de Santiago.» En medio de estas contradicciones y ambigüedades, lo que se puede comprobar por una circunstancia que ha perpetuado una locución vulgar, es que el arzobispo y el deán expiraron bajo las bóvedas de la catedral.
El Rey, según la crónica, estaba sobre la catedral viendo morir al prelado; y el refrán de vaite a misa en Conxo, prueba que cerradas las iglesias de la ciudad hasta la purificación de la metrópoli, tenían los compostelanos que cumplir con los oficios divinos, extramuros de la población.
A consecuencia de este atentado, los Torrechanos, si hemos de dar crédito a la tradición, se refugiaron al palacio que tenían en la ciudad de Pontevedra, hasta que se ocultaron en las asperezas del vecino reino de Portugal.
Este palacio, cuya vista estampamos a la cabeza del presente artículo, es de antigua construcción y se distingue por la buena distribución de sus principales cuerpos y la pintoresca posición donde aún se conservan sus ruinas. Edificado cerca de la antigua colegiata de Santa María, donde tiene un santuario la cofradía de los Pescadores del barrio de la Moureira, consta de una sólida cortina cerrada por dos torres que fabricadas según el gusto de aquellos tiempos presentan el aspecto ambiguo de fortaleza y palacio que tenían las casas solariegas de los siglos medios.
Después de subir al trono castellano, el hermano de D. Pedro, fueron confiscados los bienes de los Churruchaos y agregados, por cinco generaciones, a la mitra compostelana. De esta manera las torres y las tierras de su pertenencia quedaron en poder del sucesor de D. Suero de Toledo, y los prelados compostelanos comenzaron la obra de abandono y ruina que el tiempo se encargó de terminar con el poderoso arado de los siglos.
En la actualidad el palacio de los Churruchaos en Pontevedra no es más que un monumento artístico, más célebre por haber pertenecido a la familia de los que mataron al arzobispo y deán compostelanos, que por sus bellezas arquitectónicas.
La tradición se apoderó de la soledad de sus galerías y lo ruinoso de sus torres, y cree que vaga errante el alma del Churruchao por sus bóvedas y que a través de los hierros de las más lóbrega azotea se escuchan los gemidos de su hermana Estrella, sacrificada a la voluntariosa resolución del prelado de Santiago y hermano del alcaide de Toledo en aquella turbulenta época.

ANTONIO NEIRA DE MOSQUERA

Publicado en Semanario Pintoresco Español  nº 37.
12 de septiembre de 1847


[1] Armas y triunfos de Galicia
[2] Crónica del Rey D. Pedro
[3] Blasón de Galicia.
[4] En la segunda edición de la obra del P. Gándara (1677) también llama Gómez al hijo del anciano Churruchao.
[5] Se titulaba «De la nobleza de la casa de Camba y sus principios y fudndación del castillo Castro-Candad, donde se lee un privilegio de D. Pelayo a Lupo Cambero, progenitor de esta familia.»
[6] Sobre este episodio histórico escribió el autor de este artículo la novela D. Suero de Toledo, publicada en las Mil y una noches españolas.
[7] Situada entre las calles rua Nueva y rua del Villar.