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EL HIDALGO DE TOR. Pontevedra, 30 de mayo.
La Voz de Galicia 1 de junio de 1907.
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EL HIDALGO DE TOR. Pontevedra, 30 de mayo.
La Voz de Galicia 1 de junio de 1907.
Y esperé, con la confianza que me
inspiraba la próxima labor, que por ser tuya, aseguraba importantes averiguaciones
de hechos que, hasta ahora, permanecen en el misterio –como permanecía el
origen de Colón, hoy feliz e indiscutiblemente descubierto, gracias a tus
ímprobas disquisiciones y trabajos – y otros que, apenas se han esbozado y se
sostienen en las leyendas o yacen velados en el olvido o en la Ignorancia.
Pero ¡oh decepción! a última hora se me
dice que tú no puedes ya llenar ese vacío –no por falta de competencia ni de
voluntad – sino por hallarte bastante indispuesto estos días. Ante todo
celebraré que tu indisposición no sea de cuidado y se reduzca a un simple
catarro propio de la estación y que no deje huella en el organismo; y para
cuando te mejores – que deseo sea pronto– te dirijo esta carta abierta para
saludarte cordialmente y para proponerte, aligerando tu labor que, de todas
suertes, esperamos con afán, una especie de índice, sin concierto por supuesto,
de materias que deseo ver tratadas por quien tanto sabe de estas cosas.
Pontevedra. ¿Es cierto que esta capital
es la antigua Lambriaca, importante ciudad que describió Pomponio Mela,
geógrafo que la coloca en la inflexión que hace la mar, tierra adentro, entre
el río Miño y el cabo de Finisterre, donde desaguan los ríos Yerma y Via y se
hallan, además, dos rías colaterales?
Esta descripción coincide con el actual
emplazamiento de Pontevedra, y para confirmar la opinión de que tuvo su origen
en la antigua Lambriaca, bastará recordar que otro célebre geógrafo, Isaac
Vosio, afirma que el río Yerma y que el Vía no puede ser otro que el Vean
denominado después Elba o Alba y actualmente río de Las Cabras, el cual, unido
con el Lérez cerca de la Moureira, origina la ría de Pontevedra.
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Como belleza de las inmediaciones de la
población, no puedo resistir al deseo de reproducir un fragmento de lo que
Fulgorio dice en la Crónica general de España, al describir la ciudad de
Pontevedra.
“Imposible es, antes de salir de la
hermosa ría – dice aquel historiador – no admirar el deleitoso cuadro que
presenta. Las fértiles tierras que desde las aguas se alzan a lo interior,
presentan doquier ribazos y cañadas de eterna alegría vestidas, de frondosos
árboles asombrados, por multitud de laboriosos campesinos puestas en cultivo, y
llenas de villas, aldeas y casas esparcidas, unas a orillas del agua y otras
medio ocultas por el arbolado.
Para hallar algo en Europa que pueda
compararse con la ría de Pontevedra o Marín, que ambos nombres suelen darla,
fuerza es no salir de Galicia, cuya privilegiada costa posee los más seguros y
hermosos puertos del antiguo continente en el Atlántico.
Tal es la situación de Pontevedra y las
razones que existen para que los forasteros que por primera vez la visitan,
admiren en su belleza y variedad, la sorprendente obra de la Naturaleza.
¡Lástima grande que no se limpie esa
hermosa ría haciéndola navegable para embarcaciones de mayor calado, hasta los
muelles de la Moureira! ¿Para cuándo son los capitales?"
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Y ahora en el orden político que todo
suele envenenarlo en otras capitales, y que en Pontevedra permitió que se
deslicen casi siempre tranquilamente los más serios sucesos, recuerdo la
papelería El Siglo, a cuyo frente se
hallaban los Sres. Tiscar y Buceta. Se reunían en el vestíbulo que daba a los
soportales de la Herrería los más conspicuos políticos de todos los matices,
sin que jamás se diese el caso de una disputa agria entre ellos, a pesar de su disparidad
de opiniones.
No pueden olvidarse los tiempos en que a
la puerta de El Siglo se hallaban,
como por casualidad, D. Francisco Riestra, D. Francisco Martínez (el alto) don
Indalecio Armesto, D. Valentín García Temes, D. Francisco Anciles, D. José
Quiroga y otros muchos, unos conservadores, liberales otros, republicanos
estos, revolucionarios aquellos; pero todos excelentes vecinos de Pontevedra.
Su cultura les obligaba a transigir a veces con sus adversarios por no ser nota
discordante en aquel concierto de voluntades que, ante todo, buscaba el bien de
su querida ciudad.
Así hemos podido ver, sin que nos
causara gran extrañeza, que un hombre solo, D. Manuel Rivadulla, armado de
fusil, se presentase un día en medio de la plaza de la Herrería, estando la
puerta de El Siglo llena de políticos
de todos los matices y hasta de autoridades, y proclamase la Revolución de
Septiembre, dando vivas a la libertad, sin que nadie osara interrumpirle.
Cierto que poco después se le unió un marino vestido de uniforme y con el sable
desnudo, y poco a poco fueron sumándose otros muchos vecinos, para concluir por
constituir la Junta revolucionaria, de la que formaron parte algunos de los que
estaban en los soportales de El Siglo.
Más tarde fondeaba en Marín un barco de
guerra, del que desembarcó una sección con un cañoncito, arrastrándolo hasta la
plaza de la Herrería, y todo se hizo como una seda.
Claro está que todo esto se prestaba a
sabrosos comentarios, mas como la revolución estaba hecha, sólo se pensó en aprovecharse
de ella, como muchos de aprovecharon; pero esto en Pontevedra solo podía
ofrecer margen a una evolución que se desarrolló pacíficamente, dando lugar a
la entrada en escena de nuevos hombres; y entonces aparecieron los prestigiosos
nombres de Sagasta (D. Pedro) Baeza, Montero Ríos, Rodríguez Seoane, Casas (D.
Manuel), Martínez (I), Francisco), Riestra (D. José), el actual marqués, quien
muy joven aún, por no tener la edad reglamentaria no pudo aceptar la elección
de diputado a Cortes, que sus amigos le habían ofrecido y tenía asegurada.
Es visto que tras estos prohombres y
algunos más, cuyos nombres no recuerdo en este momento, figuraba una gran
pléyade de personas de segunda fila, que sin duda eran las que más se exhibían
y daban la nota de mayor viveza.
De todos ellos, después que yo, hace ya cuarenta
años, dejé de vivir en Pontevedra, aunque sin olvidarla jamás, he visto como
persistía en su alto relieve el ilustre Montero Ríos, y como, de otra
generación más cercana, surgía González Besada.
Y El
Siglo seguía, como siempre, siendo el centro general de la ciudad, admitiendo
sus soportales a todos, sin distinción de matices, incluso al célebre Juan
Francisco, con su conato de gaita, quien, en más de una ocasión, fue héroe de
curiosas escenas.
RAMÓN FAGINAS ARCUAZ.
La
Voz de Galicia 21 de diciembre de 1911
Pocos escritores han dejado una influencia
tan marcada en el acervo cultural pontevedrés, como Andrés Muruais Rodríguez.
Hace ahora un mes que se cumplió el centenario de su nacimiento y su
personalidad vuelve al primer plano de las letras regionales.
Andrés Muruais murió en plena juventud, el 21
de octubre de 1882, a los 31 años, pero dejó dispersa una meritoria obra
poética. Entre los años 1869 y 1874 estudió Medicina en Santiago. En los
claustros universitarios, en las rúas compostelanas, en las tertulias, puso
siempre de relieve su espíritu inquieto, lleno de recursos, intervino en las
algaradas entre estudiantes y artesanos. Y mostró a sus compañeros el ingenio
de sus versos de circunstancias.
Después
de ejercer la profesión en Catoira se marchó a Madrid. En la Corte frecuentó las
tertulias; en 1875 se unió con los otros escritores gallegos en la Sociedad “La
Galicia Literaria”, fundada por el malogrado poeta Vesteiro Torres y suscitó
una dura polémica en torno al proyecto de publicación de “Los gallegos pintados
por sí mismos”. Añón y Muruais creían que estos cuadros típicos solo servirían
para poner en ridículo las costumbres regionales. En Pontevedra fue el
organizador de festivales, animador de las fiestas de carnaval, colaborador de
los periódicos de la ciudad. Reunió en su casa una amena tertulia literaria y
coleccionó, con su hermano Jesús, la mejor biblioteca francesa que en el siglo
XIX existía en Galicia. En esta biblioteca conoció Valle Inclán toda la literatura
galante que tanto influye en las memorias del Marqués de Brandomín; y se formó
toda una generación de escritores pontevedreses.
La labor literaria de Andrés Muruais ha
quedado dispersa en las publicaciones de la época. Fue asiduo colaborador de “La
Constancia”, “El Porvenir”, “El Deber”, “El Lérez”; en 1881 fundó “El
Independiente”, que dirigió hasta su muerte. Al lado de las gacetillas de
carácter político, de los artículos de fondo, de las defensas de los intereses pontevedreses
y regionales, quedan dispersas sus poesías en castellano y en lengua vernácula.
Las poesías en castellano son esencialmente
líricas. “Un día en el convento”, refleja en dos momentos, amanecer y
anochecer, el ambiente monástico.
La elegía “En la muerte de Ecilda Ruiz”
encierra un profundo sentimiento. Son también puramente subjetivas “El canto
del negro” y “El cuervo marino”. Están relacionados con Espronceda los versos
de “Sueño”. Palpita el sentimentalismo y la emoción en las estrofas de “A una fea”,
que termina con estos versos auténticamente románticos: “Del placer en el rauda
torbellino – afanoso la muerte buscaré”.
Andrés Muruais hizo varios ensayos dramáticos. Sus apropósitos carnavalescos, de los que él mismo fue actor, fueron muy celebrados y pusieron de moda el Urco, fabuloso personaje de las fiestas pontevedresas. En 1873, siendo estudiante, estrenó en Santiago el juguete cómico “Percances de un viejo verde”, y en Pontevedra, en 1880, el drama en dos actos y en verso, “La hija del timonel”.
Hay en la obra de Muruais una palpitante presencia de Galicia. Su himno, premiado en los Juegos Florales de 1880, es un canto viril y entusiasmado a los hombres de la tierra, al porvenir, a las tradiciones, a las sombras gloriosas de los navegantes, a los héroes del monte Medulio y a las sonrisas verdes del paisaje.
“La
hija del timonel” está ambientada en el campo gallego. La decoración del primer
acto corresponde perfectamente a una de nuestras aldeas: “La casa de Andrés con
un balcón de madera, al cual se sube por una escalera lateral. A la izquierda
la iglesia de la aldea. A la derecha una ermita. En medio de la escena una cruz
de piedra, sobre unas gradas. Al fondo el mar”. Puede desentonar un poco la
ermita, que muy pocas veces aparecen en el mismo plano que la iglesia. El
dramatismo del loco César, que llora lágrimas de sangre, mientras sueña con un
niño muerto y maldice a una sirena, el amor acendrado de maría, la hija del
timonel Andrés. La muerte trágica de Estrella, tienen como escenario ese
humilde horizonte aldeano.
En las poesías en lengua vernácula de Muruais
predomina la tendencia irónico costumbrista. “Cousas de mozos” es una paráfrasis
de la copla popular, llena de sugerencias picarescas, “Unha noite no muiño”. El
fondo supersticioso de algunos de nuestros aldeanos se ve reflejado en “O
enterro” y “O bautizo”. Esta última recoge la superstición del caminante que a
media noche cruza el puente del Burgo y es obligado a bautizar con las aguas
del rio un niño para preservarlo de la muerte como los anteriores hijos de la
misma madre.
“Unha de paus” es un trasunto de las costumbres
aldeanas. Empieza con una descripción realista del crepúsculo.
A esta hora cuando bailan animadamente las parejas,
llena los caminos el griterío de los mozos de Tourón, cantando atrevidas coplas
y tocando panderetas. Su llegada provoca una revuelta; Antón o do Pazo grita en
medio del baile. “¡Quen me de un pau gaña un peso!” A este reto responde Cunca
de Morros: “Pois vou ganar mil reas”. La lucha se generaliza. El poeta también
recibe filosóficamente tres palos en sus espaldas.
Todas estas poesías costumbristas de Muruais
atesoran pocos valores líricos, pero se caracterizan por la facilidad del
idioma, depurado de vocablos malsonantes. Como poeta satírico y costumbrista
sigue la misma línea de Benito Losada y puede parangonarse con los mejores
poetas del género, de la segunda mitad del siglo XIX. Por eso sus composiciones
dispersas merecen una cuidada recopilación.
Benito Varela Jácome
La noche: único diario de la tarde en
Galicia Ano XXXII Numero 9532. 29
diciembre de 1951